El fino arte de no hacer nada

El otro día alguien me preguntaba a que me dedicaría si me tomara un sabático. La respuesta automática fue “me entregaría por completo al fino arte de no hacer absolutamente nada”. Y tal vez la respuesta tiene mucho que ver con un hastío mayúsculo hacia la ingente cantidad de compromisos, distracciones, decisiones, obligaciones, apariencias y “mantenimiento de imágenes” a las que estamos sometidos todos y cada uno de nosotros durante el transcurso de la vida.

La lógica podría indicar que a medida que pasa el tiempo deberíamos volvernos más selectivos sobre cómo lo usamos, pero en su lugar hay una especie de vórtice invisible que, en lugar de alejarnos de toda esa vorágine de falsas ocupaciones (viajes, compras, reuniones, etc.), nos arrastra más y más hacia ellas, porque “es lo que hay que hacer / decir / pensar / mostrar”, sin darnos tiempo a cuestionar si es lo que queremos en realidad o si nos ponemos a ello con alguna falsa excusa (los hijos / la familia / los amigos / la inercia / el miedo / el aburrimiento…)

Y no se engañen, el no hacer nada no es tan fácil como parece. Requiere de tiempo y dedicación exclusiva para no ceder a los cantos de sirena de un futuro mejor que siempre está a una compra / viaje / fiesta / comida / evento de distancia. Debo confesar que me considero un neófito en el tema, sin embargo, creo que con algo de voluntad y dedicación, supongo que podré desarrollar la habilidad necesaria para volverme competente en este “oficio”…