Nil Carborundum

La frase que encabeza la nota de hoy tiene una curiosa historia, que dejo entre el tintero para que el lector curioso la encuentre si es de su interés, sin embargo, su significado encierra una sabiduría que viene bien en estos tiempos peculiares: “No dejes que ningún idiota haga mella en ti”…

Estoy descubriendo que lo más complicado del tiempo que transcurre y las consecuencias que van aparejadas al fenómeno, es la falta de autonomía. Y no me refiero necesariamente a algo en particular, como lo económico o la salud, sino más bien a la capacidad de gobernar nuestra existencia de acuerdo a lo que va ocurriendo en cada etapa, sin quedarnos añorando lo que se fue y que incomprensiblemente seguimos considerando imprescindible.

Se nos atonta repitiéndonos una y otra vez que lo importante es el logro, el trabajo, las metas cumplidas y por cumplir. Y cuando todo esto deja de tener sentido, no queda nada a lo que aferrarse y vienen las crisis que muchas veces tienen un desenlace trágico, que va más allá de la muerte física y que pasa más bien por una lenta y terrible descomposición a la que muy pocos saben hacerle frente, por haber pasado la mayor parte de la experiencia vital dándole una importancia desmesurada a lo exterior y pasajero, sea cual sea la definición que se tenga de esto. Como decía Kei en cierta película que re-visitamos hace poco: “A medida que envejeces, ya no puedes cambiar tus prioridades…”

Lo que ocurre ha dejado de ser significativo. Qué quiero decir con esto? Que ante tantos datos inconexos y mayormente inútiles con los que se nos bombardea inmisericordemente, ya no recordamos ni tenemos en cuenta aquello que realmente tiene valor. Y si no me creen, les pregunto: ¿recuerdan que comieron ayer? ¿Y el martes pasado? Es difícil, ¿verdad? Esto ocurre porque que hemos convertido a la vida en una serie de actividades mecánicas y según nosotros, intrascendentes, ya el objetivo de moda es la búsqueda incansable de la novedad y el estímulo infinitos, por lo que lo que es la vida en realidad, pasa completamente desapercibido. En cambio, si indago sobre cual era su juguete o actividad preferida en su niñez o juventud, no dudarán en responderme con lujo de detalles. ¿Por que? La respuesta es sencilla: la atención estaba únicamente en esa experiencia y nada más, por lo que se convirtió en algo importante y memorable, resistiendo sin problemas los embates del tiempo.

Me he percatado, y no de la mejor manera, que relajarse es endiabladamente difícil. Y no confundamos este término con descansar, que lo puede hacer cualquiera, como casi todas las noches cuando dormimos, con mayor o menor éxito. La verdadera relajación es soltar de manera resuelta y sin contemplaciones todo aquello que nos tensiona y obstaculiza nuestra tranquilidad a un nivel profundo. Pero claro, los temidos apegos hacen que esto que debería ser sencillo y natural se convierta en una tarea prácticamente imposible.

Hemos complicado el vivir de tal manera que ya no recordamos lo que es transitar por este plano tranquilos y contentos, sumergidos en el placer de hacer aquello que nos gusta y nos satisface de verdad. Ahora todo es una explosión de endorfinas que se asemeja a los fuegos de artificio: colorida, ruidosa, fugaz y que cuando termina no deja absolutamente nada aparte que un olor acre y mucho humo que se disipa con el viento. El sosiego trascendente que permite cultivar el silencio y la sabiduría es un arcaísmo cada vez más denostado y perseguido, ya que conviene mantenernos desorientados e idiotizados…

Y a manera de colofón a una de las reflexiones anteriores, tenemos un miedo cerval a desasirnos de lo que consideramos (o de lo que nos han convencido que es) seguro, sano y conveniente porque sabemos lo que viene después: esa incómoda sensación de indefensión, marginación y soledad que nos envuelve es tan desagradable gracias al eficiente condicionamiento al que nos han sometido, que preferimos seguir atados a lo que nos mata lentamente que deshacernos definitivamente del yugo auto-impuesto. Como dice otra frase que lei y grabé en mi memoria hace unos años: “He apretado tanto tiempo y con tanta fuerza el puño del odio y la venganza que he olvidado cómo abrir la mano para liberarme”…