Complicaciones Innecesarias

Tal vez parezca una perogrullada, pero a medida que pasa el tiempo, resulta cada vez más evidente el peso de la responsabilidad personal de cada cual por todo aquello que nos pasa en la vida.

“Responsabilidad Personal? Y eso qué es?”, dirá más de uno. “Ah si, es el cumplir con lo que se espera de mi en el trabajo / hogar / relación de pareja / hijos / deudas / etc.”

Pues no. La responsabilidad personal es tan simple (o tan compleja) como el no meterse de cabeza en situaciones potencialmente peligrosas que afecten el curso normal de la vida sin que medie un análisis medianamente decente de los pros y contras. O en otras palabras, dejar la impulsividad a un lado y ser consciente de las consecuencias de las consecuencias (no, no es una errata) de nuestros actos.

La vida se convirtió en un caos por culpa de una relación de co-dependencia? Es tu responsabilidad. Estás lleno de deudas por manejar mal el dinero? Es tu responsabilidad. Tu salud está reclamando atención? Es, nuevamente, tu responsabilidad. Tu jefe está abusando laboralmente de ti? Otra vez… Y así sucesivamente.

Pero claro, es que resulta tan tentador y cómodo distraerse culpando a alguien más de lo que pasa! O con lo que esté de moda en ese momento (sea el gobierno, la farándula, los viajes, el síndrome de estar ocupado para parecer importante, las propiedades, las experiencias y tantas otras cosas que tenemos en frente pero no reconocemos…) y luego rematamos con la letanía del “pero por qué a mi? Qué he hecho para merecer esto, yo que soy tan bueno y siempre hago todo bien?”

Como dicen en ciertos sectores de la industria, el proceso de mejora contínua es infinito. Por tanto, una vez más, es tu responsabilidad ver donde se puede hacer mejor aquello que haces y obrar en consecuencia. Suena a regaño o reprimenda? Adivina quien decide…

Tonterías Varias

Últimamente estoy llegando a (y quedándome con) la conclusión acerca de la cantidad infinita de “ideales”, creencias, “principios fundamentales” o como quieran llamarlos, que hacen que la vida, en lugar de disfrutarse, se vuelva una maraña de estupideces inconexas que no hacen más que entorpecer el ritmo natural de las cosas.

Todos los “ismos”, los famosos “modelos a seguir”, y si me apuran, voy un poco más a lo concreto: las dietas de moda, los viajes que hay que hacer, los libros que hay que leer, los objetos que hay que adquirir / tener / coleccionar, los sitios que hay que visitar, las conductas a adoptar, las cortesías imprescindibles que debemos conocer y aplicar para evitar la agresión innata que nos causa esta sociedad tóxica, enferma y descoyuntada, el “edulcoramiento” (extremo y repugnante) al que recurrimos para no decir que no, que no queremos, que no nos gusta, que no nos apetece o que simplemente no nos importa algo o alguien, los chismes sin fin (que existen porque de lo contrario, cuales serían los temas de conversación con casi todo el mundo?), las series que hay que ver, la música que hay que oir (porque ya ni siquiera escuchamos)…

Donde quedó la simple atención para decidir prestarle atención a la vida tal como es? Por qué tenemos tanto miedo a ver pasar la existencia como va ocurriendo, sin filtros ni florituras?

Me sorprende la asombrosa cantidad de excusas y motivos inventados sobre unas supuestas obligaciones que existen, casi todas producto de algún trauma o compromiso originado en el miedo, y que se defienden a capa y espada, con riesgo real de ocurrencia de agresiones fatales, que hacen terminar amistades legendarias o que, aún más triste y patético, se eviten temas con quienes supuestamente consideramos cercanos, para conservar un frágil equilibrio (que en muchas ocasiones ni siquiera vale la pena), y ver que siguen ocupando la mayor parte del tiempo de las personas y que evitan, con todo éxito, que ocurra la vida (así tal cual): dormir, comer, relacionarse con los demás de manera sana, descansar, la contemplación, etc.

La artificialidad ha invadido y reemplazado, con la anuencia y el beneplácito del público en general, la vía natural, esa que hacía que por la simple condición de existir como seres humanos, conviviéramos en armonía y existiéramos sin prisas, satisfaciendo las necesidades básicas que son las únicas que importan y aportan.

El ocuparse de algo o alguien, argumentando que “somos imprescindibles y que sabemos lo que se necesita”, es señal segura e inequívoca de miedo al enfrentamiento y sobre todo, de una existencia en la que la auto-reflexión y observación brillan por su ausencia.

Y ni hablar de la acumulación compulsiva de conocimientos, esa adicción tal bien vista y tan perjudicial al mismo tiempo. Para no extenderme más, sólo dejo esta pregunta aquí: Qué de todo eso que supuestamente se ha “aprendido” ha servido para vivir de manera más sosegada y natural? (No, no es necesario responder de inmediato, ya que es prácticamente imposible…)

Aquí no se trata de dar formulas mágicas o recetas magistrales “para todo el mundo”, porque parece ser que lo que está en boga es la “pereza mental”, o lo que es lo mismo, dejar que otros decidan por mí para no contrariar a nadie, así esté viendo que mi vida se cae a pedazos (en lo físico, mental, emocional, laboral, etc.)

Como lo he comentado en otras ocasiones, la cuenta de cobro de nuestros excesos o ignorancias vendrá tarde o temprano y queramos o no habrá que saldarla, tengamos o no fondos para hacerlo…

Por último, el concepto de libertad, tan prostituido y manoseado últimamente, es precisamente el obrar de acuerdo a los principios naturales y tener la invaluable capacidad de elegir y mandar a la mierda a aquello y aquellos que contravengan nuestra naturaleza primigenia. Y para quienes alegan que esto es volver a la animalidad, amablemente les recuerdo que los animales carecen, para su gran fortuna y tranquilidad, de conciencia sobre la muerte, ese evento que nos han enseñado a ver como el peor de los castigos, el final del tiempo y otros sinsentidos, y que ha hecho que vivamos presos de una interminable y ridícula paranoia, haciendo disparates como los mencionados arriba, e impidiéndo que veamos lo que tenemos delante de las narices todo el tiempo: la existencia, así de simple.

Contradicciones

Resulta curioso ver cómo vamos por la vida alardeando, implícita o explícitamente de una seguridad que no tenemos, supuestamente “haciendo lo que hay que hacer”, siguiendo guiones caducos que no nos hemos tomado la molestia de examinar ni cuestionar con cuidado para ver si nos aplican, sino que mas bien repetimos sin pensar, tal como nos han enseñado a hacer desde casa o la escuela.

Y cuando ocurre algo que nos trae de regreso a la vida real, nos percatamos que hemos estado obedeciendo órdenes que no sabemos muy bien de donde vienen ni para que sirven, pero que si nos han dejado con un muy mal sabor de boca porque al final nos hemos dado cuenta que no sirven para absolutamente nada en el peor de los casos, o sólo parcialmente en el mejor.

Pero claro, es que eso de objetar la supuesta realidad en la que vivimos es muy cansado. Teniendo tantas entretenciones y distracciones que ocupan nuestro tiempo, lo más fácil es simplemente ir cayendo en contradicciones infinitas, buscando en internet la opinión de gente que no conocemos y de la que no sabemos absolutamente nada, creyendo en el establecimiento que una y otra vez nos ha dejado patidifusos y pluscuamperfectos, sin darnos ningún tipo de salida decorosa o viable, pensando “como no hay más y esto es lo que siempre se ha hecho…”para salir del paso.

Nos hemos vuelto perezosos, indolentes, débiles y cobardes. Hemos tragado sin chistar todo aquello que nos han venido contando desde tiempo inmemorial y aceptamos nuestro supuesto destino con una resignación y credulidad que rayan en la más absoluta estupidez. Y para añadir más leña al fuego, somos unos consumados maestros en el dudoso arte de juzgar a quienes vemos que hacen esto mismo y no tenemos los arrestos para reconocer que también nosotros, si, nosotros los “justicieros” y “hacedores del bien, poseedores de la razón absoluta y final” somos los peores exponentes de la situación.

Eso si, como decimos aquí, cuando la vida nos “pega un susto” de la naturaleza que sea, salimos corriendo despavoridos como pollos sin cabeza a buscar cualquier tipo de remedio o solución, venga de donde venga, porque no somos capaces de conservar un mínimo de coherencia en nuestras acciones, esto es, dedicar la mayor parte del tiempo a cuidar y preservar lo realmente importante para evitar este tipo de sobresaltos mayores. Pero claro, como esto no “viste”, no “vende” o no lo podemos mostrar en las redes sociales, pues es lo primero que se sacrifica en aras de la tan manida “aceptación social”.

A tenor de todo esto, me pregunto: tendrían los hombres y mujeres de las cavernas algún atisbo de preocupación por el número de “Me gusta” del día? O en la edad media o la época feudal de Japón, habría un interés creciente de la gente por tener muchos más “seguidores” que estuvieran pendientes de sus más recientes y normalmente, irrelevantes actividades y observaciones?

Y saben que es lo que es más lamentable? Que se termina desarrollando una adicción enfermiza por las potenciales soluciones a aquello que nos aqueje, sin pararnos a pensar en las consecuencias de las consecuencias, porque hay que “resolver” a como dé lugar…

En fin. La naturaleza humana nunca cesa de sorprenderme. Sin embargo, y tomando prestada la frase de tal vez la única persona medianamente cercana que practica un mínimo de coherencia: “Es difícil mantenerse en el camino fácil”. Que cada uno saque sus propias conclusiones…

Resistencias

En estos días he estado repasando algunas de las entradas que publiqué hace diez o más años (!). Para quienes no lo sepan, comencé a escribir en este espacio en agosto del 2001 más que todo sobre tecnología y luego fui variando el curso lentamente hasta ir consignando mis pensamientos y experiencias sobre la vida, donde quiera que estuviera (y han sido varios ires y venires en estos años…) a lo largo de este tiempo.

Una de las cosas importantes que ha dejado el ejercicio ha sido percatarme sobre la (gran) resistencia que oponemos ante lo que nos ocurre. Y, como decía mi papá, no es tema baladí. El diferenciar el momento en que nos resistimos o que nos dejamos llevar por la inercia o la indiferencia de lo que procede en ese instante es algo muy complejo. Sin embargo, tal como decía Nisargadatta Maharaj, ocupamos el tiempo en innumerables cosas innecesarias y no prestamos atención a discernir sobre si nos estamos comportando de acuerdo a las circunstancias (lo que amerita el momento, en otras palabras), o si por nuestra educación, traumas, miedos y demás, estamos hundiéndonos más y más en nuestra propia ignorancia, justificándonos de mil y una formas para no volver a la corriente primordial que es la que nos lleva hacia donde se supone que vamos, sin demasiado o ningún esfuerzo.

Otra frase que viene a cuento: “Let go or be dragged”, o algo así como “Suelta o serás arrastrado”, que frecuentemente olvidamos para “preocuparnos de cosas más importantes”. Resulta sencillo ocuparse de lo que ocurre, sin pensar en el futuro o en el pasado, sin embargo, se nos ha enseñado a mirar hacia adelante y hacia atrás todo el tiempo, sin pararnos a pensar qué, como decía un amigo: “El pasado ya no existe y el futuro es un secreto”, y lo único que queda, así suene a frase de cajón, es el presente, ese preciso instante en el que escribo estas palabras. Todo lo demás, son especulaciones.

Y cómo se aplica esto en la vida práctica? Simplemente prestando atención a lo que está pasando, que a su vez, y ahí radica su suprema elegancia, irá configurando correcta y oportunamente lo que viene a continuación…

Idiocracy

El otro día Marcela hizo, sin proponérselo, un pequeño experimento social. Una de sus amigas se casó con su pareja y Marcela publicó en su estado de WhatsApp una foto de su mano (la de su amiga) con un anillo, junto con la leyenda “Celebrando el amor”…

Las reacciones no se hicieron esperar: la gente comenzó a escribirle felicitándola, preguntándo por qué no habían sido invitados al magno evento, manifestando su sorpresa por tan inesperada noticia, etc… Incluso gente que la (nos) conoce bastante bien, la contactó para expresar sus opiniones sobre la fotografía.

Lo más divertido es que, como dije antes, Marcela estaba simplemente contenta por el matrimonio de su amiga, y publicó algo para conmemorarlo. Nadie se tomó la molestia de verificar la veracidad de la noticia, si en efecto ella era la protagonista y simplemente, como ocurre casi siempre en la “selva” de internet y las redes sociales, “tragaron entero”y reaccionaron sin pensar.

Después de divertirnos durante todo el día de las reacciones causadas por la publicación, Marcela tuvo a bien escribir una nota aclaratoria que suponemos pasó sin pena ni gloria, o aún mejor, causó un desconcierto / mal humor / confusión entre sus contactos. El tema quedó rápidamente olvidado…

Lo que nos llamó la atención fue el grado de “idiotización” que mostró nuestro improvisado público, creyendo religiosamente todo lo que aparece en internet, como si fuera la verdad absoluta y observar que no se tomaron el trabajo de comprobar su veracidad y contrastar con otras fuentes (en este caso, haciendo algo tan simple como levantar el teléfono y preguntar sobre el tema) antes de reaccionar  y emitir una opinión al respecto.

Tristemente, si bien esta situación era algo inofensivo e inocente, se extrapola perfectamente a otros escenarios que hemos presenciado recientemente, donde rumores o noticias sin ningún fundamento se extienden con una rapidez pasmosa en internet y/o los medios de comunicación tradicionales y la gente simplemente los asimila como reales sin hacer una mínima verificación del origen de la información y reaccionan como autómatas, según el efecto deseado por quien crea la (des)información original.

Estaremos llegando a una era donde el sentido común desaparecerá y nos comportaremos como nos dicten unos pocos para satisfacer sus intereses? Una reflexión interesante para finalizar la década y comenzar la siguiente siendo un poco menos crédulos y aplicando el razonamiento con más frecuencia…

El mundo al revés (o la falsa seguridad)

Desde que estoy de vuelta, me he vuelto a encontrar con las paranoias típicas que hacen parte de la cotidianidad de la gente de este pintoresco pais: “no salgas de noche”, “no hables por el móvil en la calle”, “desconfía de todo el mundo”, “esa persona parece sospechosa”, etc. La lista es cada vez más larga, y parece que ya se asumió como verdad absoluta que todos y todas las personas que no pertenezcan al círculo más cercano de amigos, conocidos y familia, son criminales y asesinos en potencia dispuestos a todo por quitarnos la vida, la honra y los bienes.

Lo más curioso es que cuando menciono que la raíz del problema está en todos y todas las personas que dicen sentirse “inseguras” o “amenazadas”, los gestos se tuercen, los ojos miran al cielo y las frases como “es que esto no es Europa” o “aquí las cosas son así” abundan y se dirigen a mi como dardos a ver si logran hacerme entrar en razón y sacarme de ese mundo de fantasía en el que creo que se puede vivir si todos y todas ponemos un poco de nuestra parte.

¿A qué me refiero con la raíz del problema? Es muy sencillo. Pongamos un ejemplo simple: los móviles o celulares. La gran mayoría de la gente dice que el 90% de las muertes violentas son causadas por el intento de robarle el teléfono a las personas. Así que hay que tomar todo tipo de precauciones para evitar que esto suceda: esconderlo, no tenerlo, no usar auriculares que nos “delaten”, no hablar por teléfono en la calle, etc. En una frase: “ir por la vida asustado todo el tiempo”. Sin embargo, la pregunta fundamental es: por qué hay tanto interés en estos aparatos? Fácil: por su elevado precio y sobre todo, por el floreciente mercado negro que se nutre de quienes dicen sentirse amenazados/as e inseguros/as. Estos elementos son los que van a comprar lo robado porque es “más barato”, para poder presumir ante sus amigos/as de tener la última tecnología, pagando poco, porque “eso es lo que hacen los inteligentes”.

Estupidez total. Compras robado y te arriesgas a que te maten por quitarte lo que ya le han robado a otro/a. Increíble pero cierto. ¿Qué pasaría si los vendedores de terminales robados no tienen clientes? Básicamente, que se quedan sin negocio. Y si se quedan sin negocio, no hay necesidad de robar, porque NADIE comprará algo que le traerá problemas. ¿Obvio, verdad?

Pues no:  “Yo quiero tener el último modelo de teléfono/tablet/artilugio tecnológico sin pagar esos precios abusivos que cobran”. Esnobismo e ignorancia puras. Si no tienes dinero para permitírtelo, no lo compres. El efecto que causa el comprar robado es inmenso y de impredecibles consecuencias.

Esta situación se extrapola a cualquier tipo de bienes: automóviles y sus accesorios, casas y sus pertenencias, joyas y en general, cualquier objeto que sea susceptible de ser comprado o vendido. Sin embargo, la inercia puede más y se sigue comerciando con la muerte, literalmente, pensando alegremente en lo sagaces e inteligentes que somos por haber conseguido algo “más barato” o “por no haberle pagado tanto a esa multinacional que ya nada en dinero”.

Al final, esta sólo es la punta del iceberg. Mientras se siga tratando a los demás midiéndolos simplemente por cuanto dinero tienen en el bolsillo o en el banco, por su color de piel, por haber nacido en determinadas circunstancias o simplemente, porque son “inferiores” (ni idea por qué), las cosas no tienen pinta de mejorar, y el mundo seguirá funcionando al revés, es decir, una minoría controlando o amedrentando a una mayoría, que se seguirá disculpando con la manida frase de “pero qué puedo hacer yo como persona? Nada!”…

Decepción

No quería decirlo antes, pero lo sospechaba y de alguna manera, lo esperaba. Sin embargo, tenía la pequeñísima esperanza de que algo pudiera cambiar, que se removieran las conciencias y que todas las personas pudieran ver, así fuera fugazmente, que el cambio era posible y necesario, que en manos de todos y todas estaba el poder dar un timonazo que pusiera rumbo a otro lugar, no mejor ni peor, simplemente diferente.

Sin embargo, cuando se asentó el polvo de la “batalla”, los resultados fueron los mismos: los que estaban, permanecen, los que se oponían, ahora son quienes mandan (otra vez), y los que posiblemente podían constituirse en contrapeso o agentes catalizadores del cambio, quedaron relegados a un segundo plano (de nuevo).

¿Que ocurrió? No tengo ni idea. Tal vez habría sido más fácil explicarlo si no hubiese existido la presión social para cambiar, para decir basta, para que se pudiera ver que ya no estamos impasibles ante tantos abusos, desmanes, robos y demás. Pero al haber existido un movimiento que puso al descubierto el descontento general, las vergüenzas del sistema y sobre todo, la injusticia y sinrazón del mismo, cuando había una sensibilización previa, cuando parecía que mucha gente había entendido que era lo que pasaba realmente, pues no tiene ninguna explicación lógica.

¿Miedo? ¿Desidia? ¿Incredulidad? ¿O una hipocresía galopante? No quiero sacar conclusiones apresuradas. Tal vez fue una mezcla de todo, tal vez quienes habitamos en este país no estamos preparados para afrontar una nueva realidad diferente, en la que las personas volvamos a ser importantes, por encima de intereses monetarios o políticos. Tal vez ese nivel de madurez individual y colectivo no se ha alcanzado. Tal vez haya que tener paciencia y esperar un poco más. Sin embargo, tengo la sensación de que el tiempo se está acabando, y que cada oportunidad que se deja pasar puede ser la última que tengamos.

Y yo que pensaba que por una vez íbamos a pensar al unísono, cuidándonos los unos a los otros y haciendo escuchar nuestra voz a quienes dicen mandar sin autoridad moral… Iluso de mi. En fin, soñar no cuesta nada. Y parafraseando a Lampedusa, hemos “cambiado todo para que todo siga igual”. Que los Dioses, la Fuerza y todo lo que se pueda nos acompañe. Vamos a necesitar mucha pero que mucha ayuda para enfrentar lo que se nos viene encima…