200 años de ser colombianos

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En 2010 (justo hoy, 20 de julio) se cumplen 200 años de la independencia de Colombia de la corona española. Por ello, varios escritores y actores del país han plasmado su particular respuesta a esta pregunta tan compleja: ¿Qué es ser colombiano, 200 años después? En este artículo de Francisco Celis, publicado en El Tiempo, que reproduzco a continuación, están sus diferentes puntos de vista. ¿Se acercan sus ideas a la realidad?

“Historiadores, escritores, actrices y un comediante intentan definir la colombianidad.

Eso de definir, a 200 años de la Independencia, qué venimos a ser los colombianos, tiene sus bemoles. Nadie entiende la pregunta o nadie sabe cómo coger un asunto tan obvio que casi suena impertinente.

El historiador y narrador Gonzalo España, se detuvo, de entrada, en el asunto de si hubo Independencia o no. “Creo que sí, somos libres, no somos esclavos de otra potencia, se dice que de EE. UU., pero es indirecta, matizada, no como antes, que los gobernantes españoles estaban aquí”, dice.

El escritor y crítico de cine Hugo Chaparro apunta hacia el tema de la identidad: “Somos un país construido con base en el prejuicio y debido a eso nos hemos venido definiendo en muchas cosas: los prejuicios geográficos nos hacen pensar que el mundo al otro lado de la frontera es otro planeta. La adjetivación de Gabo como ‘el Premio Nobel’ es para decir que no estamos tan mal con respecto a otras geografías; exhibimos un orgullo superlativo para disimular nuestras vergüenzas y detestamos la dependencia de otros países, pero si mi película es alabada en Cannes, entonces es mejor película”.

Entonces, ¿dónde dejan la “energía positiva” para el equipo, el 5-0, el Himno Nacional más bonito del mundo, la Fruna, la chocolatina Jet, el bocadillo de hoja, el calentado, el jugo de naranja con huevo crudo, la Pony Malta con leche y huevo, el desayuno con tamal, huevos pericos y chocolate con calao, el mago de semáforo, todos esos ‘pilares’ de nuestra identidad? ¿Y a Shakira y a Juanes dónde los dejan?

“Hoy somos seres independientes, atrofiados en la búsqueda constante del amor, con tendencias ambientalistas de reciente adquisición, cada vez con menos sentido del ahorro y con pánico a envejecer -dispara la actriz y comediante Alejandra Azcárate, a quien, no obstante, no todo le parece tan malo-. La colombianidad es tener la alegría de los españoles, la soberbia de los argentinos, el pragmatismo de los alemanes, la humildad de los bolivianos, el gusto de los franceses y el presupuesto de los peruanos”.

La experimentada actriz Vicky Hernández anota que en los contrastes es que radica nuestra esencia: “Tenemos las virtudes más grandes y los peores defectos. Alegres, ingeniosos, trabajadores, resistentes, podemos ser lo más indiferentes, irresponsables, apáticos como nación, desorganizados, incumplidos, tramposos… ¿Existirá otro país en el mundo donde sean tan fuertes los extremos? Ser colombiano no es fácil, es una labor ardua: lo mismo que nos salva es lo mismo que nos pierde”.

Para el historiador y novelista Juan Esteban Constaín, en 200 años de vida republicana el país sigue en obra negra. “Nos hemos convencido de las ‘posibilidades infinitas’ que alguien, hace siglos, nos dijo que teníamos, pero hemos demostrado que esas posibilidades no se han ido cumpliendo. También somos muy duros con nosotros mismos: para muestra este botón. Como dijo el historiador Jaime Jaramillo Uribe, “somos un país mediocre en el buen sentido de la palabra”. Una sociedad que, por lo general, se pliega a la moderación y a la medianía; no somos un pueblo excesivo, salvo para juzgarse a sí mismo”.

Según Constaín, incluso estamos muy cerca de alcanzar una concepción del mundo. “No todas las sociedades ni todas las naciones tienen ese conjunto de rasgos arquetípicos que los definen: Colombia sí. Desde el exterior uno percibe valores maravillosos como la solidaridad y la ingenuidad. Este país vive ufanándose de la malicia indígena y de la viveza, pero es tremendamente ingenuo. La gente, en realidad, no es agresiva: es amable, buena y solidaria”.

Con una mirada muy distinta, Antonio Sanint, comediante y actor de TV, señala: “Tenemos una cultura que es bastante fuerte y sólida, porque pese a las influencias norteamericanas en la moda, en el cine, en la música, todavía nos aferramos a lo nuestro. Pese a toda la tecnología todavía creemos en el núcleo familiar y eso es muy positivo. Somos un país feliz y que le fascina celebrar en familia y entre amigos”.

Pero todavía nos falta, dice. “Pasamos una época muy fuerte de la que estamos saliendo. Ahora nos estamos orientando hacia la cultura, el teatro, la música. Es increíble ver a Shakira en el Mundial y ver lo que hace Juanes. Tenemos una cultura que está poniendo a seres nuestros en lugares maravillosos”.

Que se jodan

Middle Finger

A veces sueño despierto con una realidad distinta que se aleje del marasmo y el tedio que produce la repetición interminable de las mismas situaciones con idénticos resultados. El ver la situación de Colombia de lejos, desde una posición diferente que me hace creer que vivir de otra forma es posible, me permite formarme otra opinión un poco más contrastada sobre lo que podría ser, pero que desafortunadamente por la miopía y la vida en una burbuja de unos cuantos miles de colombianos, y por otra parte, la desesperanza y resignación forzada de otros tantos millones que ya no creen en el sistema porque simplemente este no hace nada por ellos, hayan elegido el garrote y la violencia como “alternativa” a un gobierno autoritario que cree que sólo uno de los múltiples problemas del país es la causa primigenia de la desigualdad y la intolerancia.

Había una gran oportunidad, una ventana de esperanza para dejar de hacer trampas, de ensalzar el “todo vale” como cultura de vida, de permitir que los méritos y el trabajo duro tomaran el lugar del amiguismo y la politiquería de siempre, de cambiar las caras largas del funcionario de turno que simplemente medra por los despachos por gente que realmente trabaje de verdad por el país, con vocación, esfuerzo y valentía, para que tantos millones de compatriotas pudieran ver que otro futuro es posible y que la vida no se reduce a sobrevivir en medio de las luchas de poder de unos y otros, pero pudo más el miedo, el “poder seguir yendo a la finca”, las cervezas, el tamal, el fraude generalizado en los conteos de las votaciones, los buses de Familias en Acción y sobre todo, la indiferencia y el desprecio absoluto de quienes de una forma u otra han asegurado su subsistencia de manera más o menos decorosa, por aquellos que no tienen nada: los “indios patirrajaos”, la “chusma”, esa masa de personas sin nombre que trabaja de sol a sol todos los días con motivaciones y salarios miserables. Esos, para los que tienen, no importan en absoluto.

El cambio social no importa. Lo interesante es poder seguir “dándoles en la jeta” y manteniendo a raya a aquellos que pueden representar una amenaza (léase, salir de la pobreza, tener una casa mejor, educar a sus hijos en una universidad o poder trabajar por un salario decente). Nadie ha pensado que ocurrirá cuando se derrote a la guerrilla militarmente: los vamos a exterminar a todos? Y los desmovilizados? Y los que se rinden? Y los que desertan? Los vamos a esconder debajo de la alfombra? Que pasará con el enorme ejército que se ha creado para combatir este problema y que consume grandísimas cantidades de recursos estatales, mientras en los pueblos y zonas más apartadas los puentes se caen, no hay acueductos, los maestros de escuela migran a las ciudades a engrosar los cinturones de pobreza (para aumentar la “masa chusmeril”) y quienes se quedan en sus tierras viven aterrorizados por fuerzas oscuras de las cuales nadie les protege?

No hay visión a largo plazo. Repetimos una y otra vez los mismos errores del pasado. Me entraron escalofríos leyendo las declaraciones del nuevo ministro de hacienda cuando hablaba de la “revolución social”, o lo que es lo mismo, el famoso “Salto Social” de Ernesto Samper, aquel infausto presidente que aisló igual o más que ahora al país por sus múltiples escándalos de corrupción, pero ni así lo pudimos sacar de la Casa de Nariño.

Bien dicen que el pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla. Parece que desafortunadamente, nos hemos dejado ganar por la inercia y el miedo a lo desconocido, aunque esto último tenga la promesa casi certera de comenzar a crear una realidad más justa, equitativa y transparente. Llevamos 200 años soportando mandatarios corruptos  y opacos, que velan por sus propios intereses y a los que el pueblo llano poco o nada les importa.

Estoy triste, pero a la vez furioso por la ceguera crónica y terca del que no quiere ver, así las pruebas sean contundentes. La mano oculta del poder, que no el pueblo, ha hablado. Espero de corazón que algún día cese la horrible noche y que de estos tiempos no queden sino líneas olvidadas en los libros de texto, que además sirvan de recordatorio y advertencia sobre lo que puede pasar si no obramos con responsabilidad.

Por el momento, la frase que me sale del fondo del alma hacia aquellos colombianos que no confían en sí mismos y que creen que la continuidad de la violencia, la corrupción, las trampas, las mentiras y el lucro personal son lo único que merecen vivir es QUE SE JODAN. Las consecuencias de sus decisiones no tardarán en llegar. Espero que mediten sobre ellas, y sobre todo, que su comportamiento cambie en consecuencia, aunque lo sé: soñar no cuesta nada.

Será que soy malpensado

Malpensado

Hoy es la segunda vuelta de las elecciones en Colombia, y aunque para alegría de quienes quieren que todo siga igual, el candidato Santos parte con ventaja, los soñadores locos como yo pensamos que todavía es posible una sorpresa, un cambio de actitud que permita al país salir de ese agujero negro sin fin en el que se encuentra desde hace tantos años. Sin embargo, pasan cosas que me hacen pensar de todo…

¿Será que soy malpensado si digo que justamente esta semana que acaba de terminar se produjo la liberación de 4 rehenes de importancia que tenían las FARC en su poder hace más de 10 años? ¿No podrá ser esto parte de una estrategia de impacto para que aquellos indecisos o los que dudaban de la famosa Seguridad Democrática se decanten por la supuesta mano dura del sucesor de Uribe?

¿Será que soy malpensado si digo que un día si y otro también leo que gracias al terrorismo de estado que aprovecha la paupérrima situación de las familias más pobres de Colombia, que se han convertido en mendigos gracias a los supuestos auxilios y subsidios gubernamentales, hay cada vez más gente que “tiene” que votar por obligación, so pena de que les sean retiradas las ayudas? ¿Será que soy malpensado si digo que el mismo gobierno que empobreció y polarizó al país de una forma que no se había visto en décadas, es quien manipula a su antojo su poder para perpetuarse en el mismo?

¿Será que soy malpensado si creo que cuando parece que todas las cartas están echadas, el presidente Uribe declara que “siempre ha respetado al Doctor Mockus”, cuando hace pocas semanas le aludió llamándole un “caballo enfermo”, refiriéndose veladamente a su enfermedad (Antanas Mockus declaró hace poco tiempo que padece de Parkinson, pero los médicos que le atienden aseguraron que esto no afecta ninguna de sus capacidades mentales)?

¿Será que soy malpensado cuando creo que esta segunda vuelta es una simple farsa para que el pueblo colombiano crea que puede escoger a sus gobernantes, cuando misteriosamente y en contra de todo pronóstico, Santos tuvo una arrolladora victoria en la primera vuelta?

Y por último, ¿será que soy malpensado si digo que espero que algún día mis compatriotas se den cuenta que es posible vivir mejor y que la violencia sólo genera más violencia? Ojalá que no…

Colombia duele más desde afuera

Hace unos días tuve una pequeña discusión con algunas personas de mi familia por temas políticos, cosa que nunca había sucedido y que gracias al gobierno que en los últimos años ha polarizado tremendamente al país, se ha vuelto tema recurrente en las conversaciones de quienes vivimos fuera y dentro de Colombia. Creo que resume de una manera excelente lo que pensamos y sentimos quienes abandonamos la patria por no estar conformes con la realidad que unos pocos quisieron que viviéramos y lo que deseamos para nuestra tierra en un futuro ojalá no muy lejano.

¿Antanas o Juan Manuel?


Antanas Mockus y Juan Manuel Santos

Por estos días hay emoción en el ambiente electoral colombiano, y en general, en toda la gente de a pie que vive en esas tierras. Gracias a la decisión de la Corte Constitucional de impedir la modificación de la carta magna para permitir que el presidente Alvaro Uribe se presentara a un tercer periodo consecutivo, la carrera por llegar al Palacio de Nariño se animó de repente, ya que si Uribe se hubiese presentado, el resultado era previsible, dados sus altos niveles de aceptación y popularidad por parte de la población.

Sin embargo, ahora hay dos candidatos con posibilidades reales: Juan Manuel Santos, representante del oficialismo y continuismo uribista, y Antanas Mockus, cabeza visible de un triunvirato que fundó el Partido Verde.

El primero, ex-ministro de defensa de Uribe, proveniente de una familia altamente influyente, hasta hace poco propietaria de uno de los periódicos más leídos en el país, representa la política tradicional, el establecimiento y las viejas costumbres corruptas (sin decir con esto que el candidato lo sea) del clientelismo, los gamonales locales y el reparto de prebendas, particularidades estas que han caracterizado a la política colombiana por décadas. Sin embargo, cuenta con el efecto “arrastre” de su ex-jefe, debido a que la gente lo asocia con los logros y éxitos de la política de Seguridad Democrática, bandera en los 8 años de gobierno de Alvaro Uribe.

Mockus, por otra parte, es un académico que fue alcalde de Bogotá en dos ocasiones y rector de la Universidad Nacional, representa el hastío del pueblo que no tiene en la mayoría de las ocasiones ni voz ni voto en los asuntos de estado, que se cansó de la máxima que sostenía que “el fin justifica los medios” y que ha creído siempre que la educación es la llave para acabar con la intolerancia y  crear un nuevo punto de vista en las personas, sin importar su condición social o ideales sociales o políticos.

El desenlace puede ser histórico en el país, acostumbrado a que unos pocos decidan quien será el mandatario y por cuanto tiempo estará en el poder, ya que por primera vez hay un movimiento de masas originado en el mismo pueblo, que no responde a los patrones electorales tradicionales. El uso de las redes sociales, el boca a boca y sobre todo, la sensación de vivir en una falacia monumental, mostrando logros militares de importancia relativa, mientras la situación social y de empleo se deteriora rápidamente, han hecho que el candidato verde haya pasado de ser una simple anécdota a estar empatado técnicamente en las encuestas con el representante del oficialismo.

Hay nerviosismo en la campaña de Santos. Se están moviendo millones de dólares para contrarrestar lo que se ha llamado la “Ola Verde”, contratando a asesores de probada eficacia (como en la campaña de Obama) y hasta personajes de dudosa reputación que no reparan en usar todo tipo de tácticas para desprestigiar al rival y conseguir la victoria a cualquier precio, lo cual indica que hay un “peligro” real de un cambio sustancial en las esferas de poder.

Ya es hora de un giro importante. El usar la fuerza durante ocho años para acabar con la guerrilla no dio los resultados esperados y por contra, exacerbó una cultura de la violencia que no ha dejado avanzar al país durante casi 50 años. La polarización en que está sumido el país no tiene precedentes. Habría que remontarse a la época de la violencia (a mediados del siglo 20) para observar comportamientos similares. Ojalá que en esta ocasión la historia no se repita para que podamos crecer y avanzar en una dirección alejada de la agresividad, la corrupción y el amiguismo que caracterizan a la sociedad colombiana.

Por primera vez en muchos años tenemos la posibilidad REAL de escoger entre dos propuestas diferenciadas. Por una parte, un modelo probado pero con grandes visos de agotamiento y por otra, la novedad con un enfoque completamente distinto para no abandonar a nadie por el camino como “bajas colaterales”. Un momento que, pase lo que pase, quedará registrado en la historia como el despertar colectivo de una sociedad agobiada por las luchas internas y la cultura de la informalidad y la ilegalidad.

No hay que tener miedo a lo desconocido, ni a aquello que pueda parecer “excéntrico”. Las mejores ideas normalmente vienen de quienes no pertenecen al sistema o que viven en él observándolo y cuestionándolo constructivamente, porque tienen una perspectiva mayor que hace que puedan analizar las situaciones en su conjunto y no como hechos aislados. El darnos la oportunidad de ver un punto de vista sustancialmente diferente podría ser la mejor cura contra la intolerancia que lastra al país desde tiempos inmemoriales.

Se volvieron locos todos?

Acabo de leer la noticia referente a la ruptura de relaciones diplomáticas entre Colombia y Nicaragua, como resultado de la incursión en territorio ecuatoriano por parte del ejército colombiano para dar de baja al guerrillero “Raul Reyes”.

Para aquellos que no sepan cual es el origen de todo este embrollo, lo explico brevemente: A principios de este mes, las fuerzas de seguridad colombianas localizaron al guerrillero Reyes en un campamento situado a menos de dos kilómetros de la frontera con Colombia, en territorio ecuatoriano, y procedieron a efectuar una operación militar que permitió darle de baja, junto con otros miembros de su escolta personal. Reyes era el número dos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, un movimiento guerrillero que lleva casi 50 años asolando al país.

En un principio, se habló de coordinación entre los cuerpos armados de ambos países para dicha operación y de que el presidente Uribe había informado de la operación a su homólogo ecuatoriano, pero más tarde se supo que el ejército colombiano bombardeo el campamento de los guerrilleros ubicado fuera de su territorio. Adicionalmente, algunos de sus miembros ingresaron en suelo ecuatoriano para recuperar los cadáveres de los insurgentes y así evitar el ocultamiento que suelen hacer las FARC de estos para desacreditar al gobierno colombiano, a través de la táctica de disfrazar a los muertos de campesinos y sostener que se está asesinando a civiles indefensos (como ellos vienen haciendo desde hace muchos años, con la diferencia de gozar de una impunidad casi absoluta).

A raíz de esto, y sin tener absolutamente nada que ver en el problema, Venezuela anunció que rompía relaciones diplomáticas con Colombia, acusando nuevamente al gobierno de este país de ser un “títere de los Estados Unidos” y de “querer desestabilizar la región con sus tácticas militaristas”. Seguidamente, el presidente Correa, aliado “natural (?)” de Chávez, hizo un anuncio similar, al que se sumó el de Nicaragua que comenté al principio.

Lo que no termino de entender es cual es el interés que tienen venezolanos, ecuatorianos y ahora nicaragüenses (!) en apoyar a un grupo terrorista como son las FARC. Si bien es cierto que el gobierno colombiano obró mal al no contar con Ecuador para esta operación, lo que no se puede admitir es que los países vecinos permitan que los guerrilleros y sus colaboradores campen a sus anchas en sus territorios cuando se ven acosados y perseguidos por las fuerzas del orden colombianas, a sabiendas de todos los crímenes que han perpetrado durante el tiempo de su existencia. Es algo así como que un ladrón que roba en una casa se refugie en la del vecino que pertenece a otro barrio, y al ir a buscarlo la policía, se les impida la entrada.

Lo que queda claro es que los únicos títeres y lacayos de esta historia no son los colombianos, sino los ecuatorianos y nicaragüenses que, sin voluntad ni sentido común, y solamente siguiendo las órdenes de un dictadorzuelo de pacotilla, comienzan a levantar la voz por el riesgo de quedarse sin los petrodólares con que los apoya su amigo caribeño.

Colombia lleva casi cinco décadas librando una guerra de baja intensidad (que es un conflicto en toda regla, pero sin que sea reconocido como tal por la comunidad internacional) en contra de los grupos subversivos que sólo han causado daño y pobreza al país con sus crímenes atroces e ideales caducos. Y la mejor muestra del odio y hastío de la población hacia ellos fue la marcha multitudinaria del 4 de febrero, donde varios millones de personas en todo el planeta dijeron “basta ya” a los desmanes de las FARC, haciendo ver al mundo la verdad sobre este grupo terrorista y dejando al descubierto las condiciones infrahumanas y vejatorias a las que tienen sometidas a las más de 700 personas que tienen secuestradas, en algunos casos desde hace casi 10 (!) años. A pesar de todo esto, han hecho oídos sordos, no solamente los criminales guerrilleros sino los gobiernos de los países vecinos…

Lo más triste desde mi punto de vista, es que la población de estos países, que sufre en su gran mayoría graves problemas de pobreza, inseguridad y desempleo, no se manifieste en contra de las políticas erráticas y claramente demagógicas de sus gobernantes, porque estoy seguro que a ningún ecuatoriano, venezolano o nicaragüense de a pie le interesa entrar en guerra con una nación con la que existen vínculos históricos, comerciales y sociales que datan de varios siglos, y están pensando más bien en cómo resolver sus problemas del día a día, esos que quedan en el olvido a cambio de la resonancia internacional y las portadas de los periódicos. Porque está claro que vende más una declaración de ruptura de relaciones que una solución efectiva contra la pobreza o el hambre…

Esta no es precisamente la idea bolivariana de unión y colaboración que imaginó el Libertador y que ahora está siendo pisoteada y deformada grotescamente por el coronel de cierta república bananera que me recuerda peligrosamente al protagonista del “Jinete de Bucentauro“, genial obra de Alfredo Iriarte, donde queda reflejado de una forma magistral el sino tragicómico de quienes, autoproclamándose como mesías, terminan crucificados en medio del alivio generalizado y posterior indiferencia y rápido olvido de la población.

Y la comunidad internacional? No ha guardado silencio del todo, pero su reacción no ha sido especialmente efectiva hasta el momento. Tal vez hay muchos intereses ocultos en la región que buscan la prolongación del conflicto…

Pueda ser que el colectivo latinoamericano entre en razón de una vez por todas en un futuro no muy lejano y se de cuenta que los experimentos extremistas, del color y partido político que sean, nunca terminan bien, que los milagros y las soluciones mágicas para los problemas de base no existen y que las únicas víctimas directas son los asalariados y ciudadanos comunes, que seguirán teniendo que soportar la estupidez crónica de quienes han elegido como gobernantes hasta que no comprendan que el voto informado es el arma más valiosa en contra de la ignorancia y el populismo.

Guerra en Los Andes!

Acabo de leer un artículo publicado en el periódico El País de España escrito por Moisés Naim, que reproduzco integramente, donde analiza la situación actual de las relaciones entre Colombia y Venezuela. Vale la pena percatarse de la cortina de humo que quiere levantar Hugo Chavez para ocultar el fracaso de sus políticas económicas y sociales, desviando la atención hacia un conflicto inexistente, que perjudica los intereses de Colombia, que se haya inmersa desde hace más de 50 años en una lucha sin cuartel contra grupos terroristas como las FARC, el ELN y los paramilitares.

“Sus compañeros en la academia militar nunca imaginaron que pudiese llegar a ser presidente. Pero los avatares de la política con frecuencia propulsan a sorprendentes personajes a las más altas posiciones. Si bien es cierto que esto pasa en todas partes (ver: Bush, George W.) también lo es que en América Latina sucede con penosa frecuencia.

Por ejemplo, este militar latinoamericano, cuyo rápido ascenso sorprendió a sus colegas, llegó al poder gracias a un golpe de Estado que impulsó su carrera política. Pero una vez en el poder las cosas se le complicaron: la economía en picado, protestas callejeras frecuentes, la oposición ganando terreno, pésima relación con uno de sus países vecinos y cada vez menos amigos en quien confiar.

Ante este panorama, nuestro personaje decidió que ir a la guerra era lo mejor que podía hacer. Pensó que, comparados con una guerra, todos los demás problemas pasan a ser secundarios. Además, las guerras aderezadas con propaganda patriótica y desinformación sobre la maldad del enemigo unen a la población en apoyo al Gobierno. Y las críticas son fácilmente despreciadas como actos de traición a la patria. La guerra permite a los gobernantes centralizar el poder, censurar los medios de comunicación y, en general, ignorar los derechos individuales.

Estas tentaciones fueron demasiadas para el general Leopoldo Galtieri, presidente de facto de una Argentina plagada de problemas, y quien en abril de 1982 ordenó a las fuerzas armadas argentinas invadir las Malvinas, remotas islitas en el océano Atlántico que el Reino Unido llama Falklands y considera suyas.

Esta decisión del general Galtieri tuvo cuatro consecuencias: la primera es que en Argentina las manifestaciones callejeras en contra del Gobierno fueron brevemente reemplazadas por otras apoyándolo. La segunda es que para sorpresa de nadie, excepto de Galtieri, Margaret Thatcher, la entonces primera ministra del Reino Unido, no respondió a la agresión apelando a la diplomacia sino con toda ferocidad militar. La tercera es que los británicos propinaron una devastadora derrota a los argentinos. Y la cuarta es que el Gobierno de Galtieri se desmoronó.

¿Qué tiene que ver esta aventura bélica en el sur del Atlántico de hace casi tres décadas con una posible guerra en los Andes ahora? Ojalá que nada. Una guerra entre Venezuela y Colombia sería tan demencial e irresponsable como lo fue la de las Malvinas. Pero la guerra de las Malvinas, desquiciada y criminal, ocurrió. Las actuales circunstancias en los Andes tienen parecidos que dan que pensar. Y asustan.

Al presidente Chávez, otro militar cuya carrera, al igual que la de Galtieri, también ha sorprendido a quienes le conocieron desde joven, las cosas tampoco le están saliendo bien. La rapidez con la que se han inflado los precios en Venezuela es sólo superada por la rapidez con la que se ha desinflado su prestigio internacional. Internamente, su hegemonía política también ha comenzado a resquebrajarse. Tanto millones de votantes como centenares de antiguos aliados le han dado la espalda. A pesar de la escasez de alimentos y medicinas, el presidente Chávez compra armas a una velocidad y en volúmenes preocupantes. Estas armas, sin embargo, no han servido para darle más seguridad a los venezolanos: tanto el crimen organizado como las bandas callejeras hacen que los fines de semana en Caracas con frecuencia sean más sangrientos que los de Bagdad. Las encuestas indican que el descontento popular crece.

En estas circunstancias, una guerra podría ser una distracción muy tentadora. Especialmente, si como dice el presidente Chávez, son otros quienes la provocan: “Acuso al Gobierno de Colombia de estar fraguando una conspiración, una provocación bélica contra Venezuela, por orden de Estados Unidos, para obligarnos a dar una respuesta que pudiera prender una guerra”, ha dicho. Además, Chávez piensa que el presidente de Colombia, Álvaro Uribe (que tiene un 80% de popularidad), es: “Cobarde, mentiroso, cizañero y maniobrero… Más digno de ser jefe de una mafia que presidente de un país”. Chávez, siempre aclara que su hostilidad no es contra el pueblo de Colombia sino contra la oligarquía colombiana, “esa misma que traicionó al libertador Simón Bolívar”. Quizás por esto, Chávez acaba de crear una comisión presidencial para investigar cómo murió Bolívar. La sospecha, por supuesto es que fue asesinado. Ya se imaginan por quién…

¿Qué hacer? ¿Cómo evitar esta locura? Quizás lo más importante es impedir que Chávez cometa el mismo error de Galtieri, quien apostó a que el mundo no reaccionaría en su contra ante su aventura bélica. A Chávez debe hacérsele ver con total claridad que su belicosidad empujará al mundo al lado de Colombia. Las dádivas petroleras con las que cuenta para ganar aliados internacionales pueden no ser tan potentes como él cree. En esto cabe esperar que países como Brasil y organismos como la Organización de Estados Americanos jueguen un rol más activo y menos ambiguo del que han jugado hasta ahora. Éste es el momento de mostrar liderazgo.

Lo segundo es reconocer, aplaudir -y rogar que se mantenga- la paciencia y la mesura del Gobierno y del pueblo de Colombia, quienes no han respondido a los insultos y provocaciones tanto verbales como de muchos otros tipos que el Gobierno venezolano y sus agentes les dirigen con frecuencia. Una manera inmediata de hacerlo es participando en una marcha que mañana, 4 de febrero, tendrá lugar en muchas ciudades del mundo para protestar contra las FARC y sus malvadas crueldades. Estas marchas serán multitudinarias en Colombia y en otros países. Pero especialmente en Venezuela, donde su presidente no oculta sus simpatías por este grupo terrorista. Millones de venezolanos y colombianos impedirán que los profundos lazos que los unen sean rotos por un Galtieri del siglo XXI. mnaim@elpais.es”.

La incoherencia de la guerra en Colombia

En este artículo publicado en el periódico El Pais por Joaquin Villalobos, se muestra una vez más la incoherencia e inutilidad política e ideológica del principal movimiento insurgente del país, analizada esta vez por alguien que ha vivido de cerca el conflicto en una nación cercana a Colombia. Si bien es cierto que es de sobra conocido que de los errores y experiencias de los demás se aprende, por qué estos señores no miran hacia los que han conseguido solucionar los mayores problemas a través del diálogo o defendiendo ideas políticas razonables y con el bien común como causa primigenia? No son necesarias muchas explicaciones para entender la idea principal que quiere transmitir. Juzguen ustedes.