La Dernière Fois

A veces olvidamos que cada momento es una última vez, y que no sabemos con certeza si esa ocasión será insignificante o definitiva para lo que viene después. Vamos por la vida a toda velocidad hacia ninguna parte y dejamos de prestar atención a aquello que es importante, sea de la magnitud que sea.

Y tal vez por esto mismo, nos volvemos adictos al logro y al resultado. A conseguir algo en concreto como resultado de nuestros esfuerzos, ignorando convenientemente el hecho de que mucho de lo que hacemos no tiene ningún sentido. Sin embargo, la motivación es precisamente llegar a ese lugar soñado y cuando lo logramos, normalmente nos damos cuenta que el vacío del que huíamos está allí también en todo su esplendor.

Pueda que sea todo esto consecuencia de un hábito adquirido no se sabe cuando ni cómo: la incapacidad manifiesta de detenernos y observar con calma y detenimiento en lo que nos hallamos inmersos. Sin embargo, nos hemos vuelto expertos en suprimir ese instinto de la via natural para posponer un rato más la decepción mayúscula descrita antes.

No hay que tener miedo de asomarse al infinito. Tal vez encontremos algo que no esperamos y que resulte ser justamente lo que estábamos buscando con tanto ahínco tratando de mirar compulsivamente hacia otra parte…

Tomando velocidad

Hay épocas en la vida donde todo comienza a pasar cada vez más rápido: como que no sabemos por donde llegan las cosas pero de alguna manera comienzan a encajar y a producir esos resultados que llevábamos tiempo deseando o intencionando. Sin embargo, a veces el ver que todo comienza a funcionar de golpe resulta un poco sobrecogedor, sin llegar a morir de éxito, claro. La sensación de velocidad produce un vértigo que es a la vez agradable y terrorífico, alegre y doloroso, que nos hace pensar que no estamos del todo preparados para recibir lo que estábamos esperando. Curiosa sensación. Lo mejor que se puede hacer (o al menos, lo que yo hago) es disfrutar como se pueda, porque ya sabemos que este tipo de cosas son efímeras y altamente volátiles…

La cultura de la velocidad

Passing Lights

Esta mañana vi algo que me hizo reflexionar mucho sobre esa prisa innata que parecemos tener todos, y que asociamos con el éxito y la productividad.Cuando iba hacia mi coche, me encontré con una niña de unos 4 años y su padre que iban cogidos de la mano. La pequeñita estaba montada sobre un patinete rosa y se disponían a pasar la calle para llegar a la escuela, cuando por la esquina opuesta apareció un enorme camión de la basura. Como la niña estaba un poco indecisa sobre si avanzar o no, el padre le dijo “Vamos! Tenemos que cruzar antes que venga el camión!”. La niña se confundió todavía más y finalmente rompió a llorar, aterrorizada ante la posibilidad de que esa mole ruidosa se acercara a ella y le hiciera daño. Lo cierto es que el camión estaba a unos 50 metros de donde se desarrollaba la escena y había tiempo de sobra para llegar a la acera opuesta tranquilamente, que fue lo que yo hice.

Si bien es cierto que algunas veces la velocidad de reacción puede hacer la diferencia en ciertas situaciones, en la mayoría de las ocasiones tenemos la opción de esperar un poco y hacer las cosas con más calma, generalmente con mejores resultados y menos presión. Lo triste es que, como en este caso, transmitimos, a veces sin darnos cuenta por estar ya acostumbrados, la sensación de que “entre más rápido, mejor”.

Nos hemos vuelto adictos a la velocidad, al placer inmediato. Si algo tarda más de lo que consideramos “correcto” o “aceptable” (y estos plazos son cada vez más cortos), nos invade la ansiedad, el estrés y el mal humor. Corremos y corremos sin tener muy claro hacia donde vamos, e imprimimos esa sensación de urgencia a todo lo que hacemos. A cuantas personas hemos visto mirando el final del libro que estan leyendo para saber cuantas páginas les falta para acabarlo? Cuantos aceleran por la autopista para llegar antes? Cuanta gente mirando el reloj una y otra vez cuando esperan a alguien?

Hemos renunciado al disfrute, la meta es más importante que el camino que seguimos para llegar hasta ella. Una afirmación algo maquiavélica, que se traduce en menos calidad de vida y un sentimiento de agobio y opresión cada vez mayor.

Personalmente, me di cuenta hace una temporada que ese afán de “aprovechar el tiempo” no deja más que decepciones y un amargo sabor de boca. Queremos llegar al futuro sin siquiera mirar donde estamos o que hacemos ahora mismo. Y si no miramos hacia “adelante”, nos quedamos anclados al pasado, que, para bien o para mal, es estático. Al fin y al cabo, como me dijo alguien que conozco: “El tiempo no se gana ni se pierde, simplemente pasa”.

Y cómo se hace? El primer paso es darse cuenta del aquí y el ahora. Fijándome un poco más en lo que pensaba, me di cuenta que mi mente vivía o en el futuro o en el pasado, ignorando casi por completo lo que estaba pasando en el momento presente. Una vez que somos conscientes de ello, el comenzar a “frenar” se hace más fácil.

Uno solo basta: Un buen truco es el de no llevar tantos relojes encima. Con uno solo es suficiente. Puede ser el de muñeca o el del móvil, pero no ambos. Lo ideal es no llevar ninguno, pero esto puede parecer un poco extremo para algunos. Con esto evitamos la “tentación” de estar mirando contínuamente el paso del tiempo y percatarnos de lo lento o lo rápido que va, según la situación.

Un momento de tranquilidad: Otra idea útil es la de dedicar un período del día a no hacer nada. Al principio resulta muy dificil, porque nuestra mente nos grita que estamos “perdiendo el tiempo” y que hay “mucho por hacer”. Sin embargo, el concentrarnos en un punto de la pared de la habitación en la que estamos, o simplemente en nuestra respiración, hará que nos tranquilicemos paulatinamente. La mente va quedando en blanco y esa película sin fin que presenciamos continuamente, se verá desplazada por una sensación de vacío que asusta un poco pero contribuye a relajarnos. Comenzar con periodos cortos (unos 3-5 minutos) e ir aumentando progresivamente es útil para crear un hábito.

Aquí y ahora: Concentrarnos totalmente en lo que hacemos también nos transporta al presente. Por ejemplo, si estamos comiendo, es bueno sentir el sabor de la comida, disfrutar cada bocado, en lugar de tragar mecánicamente y estar pensando en lo que haremos después o las cosas que tenemos inconclusas. Lo mismo aplica para muchas otras actividades como leer, escribir, caminar o dormir! (A todos nos ha pasado alguna vez que por estar pensando en lo que haremos al día siguiente o en el plazo que se cumplirá, nos resulta muy dificil o imposible conciliar el sueño).

Conclusión: Por supuesto, cada cual sabe qué es lo que le hace desconectar, pero lo mejor de todo es que, sea como sea, podemos descubrir que para disfrutar de la vida plenamente no necesitamos muchas cosas, con poner un poco de atención encontraremos lo que realmente nos satisface…