Ashtray Maze

Un experimento social a gran escala llevado a cabo sin que la gente se de cuenta. Una gran cantidad de tiempo libre a nuestra disposición de un momento a otro, con el cual no sabemos muy bien que hacer. Confusión e incertidumbre. Y nuevamente, queramos o no, volvemos al concepto básico de vivir un dia a la vez.

Predicciones, vaticinios, augurios. Todos se cumplen cuando ya ha ocurrido lo imprevisible. Los “expertos” claman tener razón cuando en realidad, como siempre, nadie sabe absolutamente nada y vamos resolviendo la vida “de oído”.

La situación saca de cada uno su verdadera naturaleza y demuestra una vez más lo fragiles que son los cimientos sobre los que construimos la historia de lo que pasa. Quedan en evidencia (otra vez) las banalidades más extremas a las que hemos dado una importancia descomunal.

Tener que comer, un techo sobre la cabeza, ropa de abrigo y agua limpia. A eso se limita la existencia, a pesar de todo lo que puedan decir quienes propugnan por vidas “plenas” o “satisfactorias” (otra vez, eufemismos para el consumismo desaforado e innecesario).

Al final, el laberinto sigue cambiando a medida que lo recorremos, y aún así la experiencia es increible, aunque aterradora la mayor parte del tiempo. Veremos que ocurre mañana…

“That was awesome!”. Director Jesse Faden

En tránsito

Voy a “pedirle prestada” la frase a mi amiga Ruth, porque creo que viene muy bien para explicar lo que me está pasando en estos tiempos. Desde la vuelta a casa, he tratado, de la mejor forma posible, de adaptarme, o debería decir mejor, de “readaptarme” al ritmo de vida cotidiano del país. Y no voy a utilizar ningún adjetivo como “acelerado”, “frenético” ni nada parecido, porque finalmente he entendido que la velocidad de la vida la ponemos nosotros mismos, y no el entorno que nos rodea. Si bien es cierto que hay que invertir una cantidad extra de energía para no dejarse “arrastrar” por la inercia y lo que está asumido por todos y todas las demás, me he dado cuenta que es posible, aplicando la técnica del junco, es decir, adaptándose sobre la marcha a lo que ocurre, sin oponerse a las cosas que no tienen importancia.

Sin embargo, la mente y el cuerpo han cambiado. La percepción de la realidad no es la misma que hace casi 12 años, época en la que decidí dejarlo todo atrás para emprender un camino que no había sido hollado antes por nadie de mi entorno cercano. El renunciar al status y a la aparente comodidad de tenerlo todo relativamente resuelto: una carrera profesional con algo de futuro, un lugar donde vivir, una pareja y un tren de vida que se ajustaba bastante bien a las expectativas y experiencias pasadas de quienes me rodeaban, por la inquietud y el desasogiego que me producía el vivir en una sociedad donde la inseguridad, la impunidad, el valorar la trampa por encima del trabajo, y la presión por el logro y el éxito se medían (y se miden) por la cantidad de dinero que tienes en el banco y del que puedes disponer.

¿Qué me he encontrado ahora? De todo un poco. Sin embargo, la tónica general es la de las deudas, el agobio económico, la búsqueda frenética de la formula mágica que permita dejar de trabajar de una vez por todas y dedicarse a hacer algo (no sé muy bien qué específicamente), sin preocuparse por los billetes y las monedas. El materialismo campa rampante por la mayoría de lugares y sigue siendo muy válido aquello de “amigo cuanto tienes, cuanto vales”.

¿Qué me espera? No lo sé con certeza. Sin embargo, por primera vez en mucho tiempo, me siento libre para escoger qué quiero hacer, donde y de qué forma. De alguna manera, los miedos que tenía en el pasado se van diluyendo, y aunque soy consciente de que “vivir del aire” no es una opción, las posibilidades ahora son mayores y de alguna forma, más esperanzadoras que simplemente el resignarse a consumirse en un trabajo rutinario totalmente alejado de los sueños y los anhelos verdaderos, persiguiendo una felicidad que no llega nunca.

Hay que tener paciencia y seguir explorando, que es al fin y al cabo, para lo que vinimos aquí…

Tomando velocidad

Hay épocas en la vida donde todo comienza a pasar cada vez más rápido: como que no sabemos por donde llegan las cosas pero de alguna manera comienzan a encajar y a producir esos resultados que llevábamos tiempo deseando o intencionando. Sin embargo, a veces el ver que todo comienza a funcionar de golpe resulta un poco sobrecogedor, sin llegar a morir de éxito, claro. La sensación de velocidad produce un vértigo que es a la vez agradable y terrorífico, alegre y doloroso, que nos hace pensar que no estamos del todo preparados para recibir lo que estábamos esperando. Curiosa sensación. Lo mejor que se puede hacer (o al menos, lo que yo hago) es disfrutar como se pueda, porque ya sabemos que este tipo de cosas son efímeras y altamente volátiles…