El Triunfo de los Mediocres

Me llega este mensaje con el testimonio de hartazgo y tristeza que de manera muy directa y descarnada, describe lo que está pasando en España y de paso, para aquellos/as que me han preguntado el por qué de la vuelta al origen, explica las razones por las cuales, más allá de la crisis o de la falta de trabajo, hemos decidido dejar un país que nos dio mucho durante años y que llevamos en el corazón, a pesar de todo y sobre todo, de todos/as. En principio su autoría se le atribuía al humorista español Forges, pero parece ser que es un texto escrito por David Jimenez, que por ello no deja de ser una reflexión profunda y sobre todo, desde mi punto de vista, acertada…

Quienes me conocen saben de mis credos e idearios. Por encima de éstos, creo que ha llegado la hora de ser sincero. Es, de todo punto, necesario hacer un profundo y sincero ejercicio de autocrí­tica, tomando, sin que sirva de precedente, la seriedad por bandera.

Quizá ha llegado la hora de aceptar que nuestra crisis es más que económica, va más allá de estos o aquellos políticos, de la codicia de los banqueros o la prima de riesgo. Asumir que nuestros problemas no se terminarán cambiando a un partido por otro, con otra baterí­a de medidas urgentes, con una huelga general, o echándonos a la calle para protestar los unos contra los otros. Reconocer que el principal problema de España no es Grecia, el euro o la señora Merkel. Admitir, para tratar de corregirlo, que nos hemos convertido en un paí­s mediocre.

Ningún paí­s alcanza semejante condición de la noche a la mañana. Tampoco en tres o cuatro años. Es el resultado de una cadena que comienza en la escuela y termina en la clase dirigente. Hemos creado una cultura en la que los mediocres son los alumnos más populares en el colegio, los primeros en ser ascendidos en la oficina, los que más se hacen escuchar en los medios de comunicación y a los únicos que votamos en las elecciones, sin importar lo que hagan, alguien cuya carrera política o profesional desconocemos por completo, si es que la hay. Tan solo porque son de los nuestros.

Estamos tan acostumbrados a nuestra mediocridad que hemos terminado por aceptarla como el estado natural de las cosas. Sus excepciones, casi siempre, reducidas al deporte, nos sirven para negar la evidencia.

Mediocre es un paí­s donde sus habitantes pasan una media de 134 minutos al dí­a frente a un televisor que muestra principalmente basura.

Mediocre es un paí­s que en toda la democracia no ha dado un solo presidente que hablara inglés o tuviera unos mí­nimos conocimientos sobre polí­tica internacional.

Mediocre es el único paí­s del mundo que, en su sectarismo rancio, ha conseguido dividir, incluso, a las asociaciones de víctimas del terrorismo.

Mediocre es un paí­s que ha reformado su sistema educativo tres veces en tres décadas hasta situar a sus estudiantes a la cola del mundo desarrollado.

Mediocre es un paí­s que tiene dos universidades entre las 10 más antiguas de Europa, pero, sin embargo, no tiene una sola universidad entre las 150 mejores del mundo y fuerza a sus mejores investigadores a exiliarse para sobrevivir.

Mediocre es un paí­s con una cuarta parte de su población en paro, que sin embargo, encuentra más motivos para indignarse cuando los guiñoles de un paí­s vecino bromean sobre sus deportistas.

Mediocre es un paí­s donde la brillantez del otro provoca recelo, la creatividad es marginada – o cuando no robada impunemente – y la independencia sancionada.

Mediocre es un paí­s en cuyas instituciones públicas se encuentran dirigentes polí­ticos que, en un 48 % de los casos, jamás ejercieron sus respectivas profesiones, pero que encontraron en la Polí­tica el más relevante modo de vida.

Es Mediocre un país que ha hecho de la mediocridad la gran aspiración nacional, perseguida sin complejos por esos miles de jóvenes que buscan ocupar la próxima plaza en el concurso Gran Hermano, por polí­ticos que insultan sin aportar una idea, por jefes que se rodean de mediocres para disimular su propia mediocridad y por estudiantes que ridiculizan al compañero que se esfuerza.

Mediocre es un paí­s que ha permitido, fomentado y celebrado el triunfo de los mediocres, arrinconando la excelencia hasta dejarle dos opciones: o marcharse o dejarse engullir por la imparable marea gris de la mediocridad.

Es Mediocre un paí­s, a qué negarlo, que, para lucir sin complejos su enseña nacional, necesita la motivación de algún éxito deportivo.

Mediocridad

Hace un par de días me pasó algo que me puso a pensar, y dicho sea de paso, de bastante mal humor. No voy a mencionar nombres porque no viene al caso, pero si la situación para que ustedes mismos saquen sus conclusiones.

Se me acerca alguien un domingo por la tarde a pedirme un favor: mi hijo tiene un examen de inglés el martes y “casualmente” ha conseguido las preguntas, pero no sabe cómo resolverlas. ¿Podrías por favor resolver el examen para que pueda estudiar (léase memorizar) las respuestas antes del día de la prueba?

Si bien es cierto que la educación cada vez está peor, hay habilidades que no se pueden o deben “falsear”, es decir, hacerle creer a otros que sabemos de lo que estamos hablando. Una de ellas son los idiomas, especialmente los más importantes: inglés, francés o alemán. Así no aprendamos nada más en el colegio o universidad, una de las cosas que puede significar la diferencia entre conseguir un trabajo decente y poder ascender e incluso viajar, es la de saber inglés. La importancia de los demás conocimientos, aunque sé que muchos se llevarán las manos a la cabeza, es relativa, ya que podremos, con experiencia y práctica, adquirir una serie de habilidades que podremos utilizar en cada trabajo u ocupación que elijamos.

Se estarán preguntando qué hice. Pues bien, simplemente respondí: “Lo que puedo hacer es que tu hijo resuelva el examen y luego lo leeré para corregir lo que esté mal”. A primera vista, es un poco lo que me habían pedido, pero en realidad hay una diferencia sutil pero importante: el hecho de tener que “hacer” el examen, así sea una vez y mal, hace que quien lo resuelve aprenda aunque sea un mínimo y le suene lo que está leyendo. Sé que no es mucho, pero tampoco se trataba de hacer yo el examen para que esta persona simplemente se lo aprendiera de memoria.

Esta situación podría ser coloquial y hasta chistosa, pero denota la mediocridad, la falta de planificación, de interés y un total desprecio por el esfuerzo y tiempo de las personas, lo cual desde mi punto de vista, es altamente preocupante. Como sabemos que “todo está en Internet”, ya no nos preocupa aprender nada, y lo que es peor, no valoramos el conocimiento de los demás, disponiendo de el de manera irresponsable. Por algo la cultura del “todo gratis” triunfa por estas tierras. ¿Cómo vamos a pagar / reconocer el esfuerzo si para nosotros su trabajo no vale nada?

Si las futuras generaciones tienen todas este pensamiento (espero que no), y perdón por lo que voy a decir, pero estamos jodidos…