Sobre el tiempo

¡Qué título tan ambicioso! En cuanto terminé de escribirlo, me di cuenta de la complejidad de la tarea. De una idea sencilla que me viene dando vueltas en la cabeza desde que volví a “casa” (nótense las comillas), he pasado, casi sin darme cuenta, a tratar de abordar un concepto tan relativo y sin embargo tan presente en la vida de todos y todas los/as que habitamos este planeta.

Una ley invisible y férrea que nos mantiene “ordenados” y “en nuestros cabales”. Más valioso que cualquier papel moneda o metal precioso, aunque su importancia es relativa en todos los casos. Más de una vez me he preguntado qué pasaría si este concepto lineal que tenemos del tiempo no existiera, o si simplemente lo gestionáramos de otra forma. Frases como “se me ha hecho tarde” o “no tengo tiempo” serían simples curiosidades ante la posibilidad de una vida sin prisas ni condicionamientos como la “edad” o la “caducidad” (Tal vez estoy haciendo un uso un tanto abusivo de las comillas, sin embargo, todo tiene una razón de ser, tan sencilla como notable: el lenguaje no alcanza a expresar el verdadero concepto de lo que se quiere transmitir, y hay que reemplazar las emociones puras con palabras que no son más que máscaras grotescas e imperfectas que se acercan vagamente a lo que queremos decir).

Sin embargo, y volviendo al mundo real, aunque somos conscientes de la importancia y el pasar sin cesar del tiempo, a veces ignoramos su valor real y lo invertimos de manera, como decirlo, un tanto irresponsable (desde ciertos puntos de vista, claro), sobre todo cuando se trata de respetar el de los demás. Me explico: una cita a una hora. La persona se prepara, ajusta su agenda y horarios y de repente, la cita prevista ya no existe, porque según el o la interlocutora, hay “cosas más importantes” que han surgido sobre la marcha. La importancia: otro concepto del que podríamos hablar horas y horas.

¿Qué hace una cosa más importante que otra, en términos de tiempo? Es casi un koan. La conclusión que extraigo, viendo el comportamiento de una gran cantidad de gente, es que tenemos muchísimos conceptos distorsionados, aunque se puede ver un patrón: el miedo y el dinero son dos factores que regulan en gran medida, si no en toda, la manera como gestionamos nuestro tiempo. Piénsenlo. Es tan sencillo (y a la vez tan complejo y profundo) como eso. Sólo dos variables que mal gestionadas, dar origen a un caos en el que ya nos hemos acostumbrado a vivir.

Y después de todo esto, qué queda? Simplemente un enojo contenido cuando alguien cancela una cita o simplemente no se presenta, despreciando el tiempo y el esfuerzo de la otra parte…

El duro arte de crear

De esto ya he hablado otras veces, pero en ocasiones me resulta especialmente complicado encontrar el tiempo y la inspiración para sentarme y plasmar mis ideas. Sé que lo necesito, que me resulta reconfortante, pero el “cerebro de reptil” como bien lo llama Seth Godin, lucha con todas sus fuerzas para evitar la crítica, el fracaso o que alguien se ría de lo que escribo. En muchas ocasiones gana la batalla, sin apenas tener resistencia de mi parte, pero de un tiempo para acá, estoy aprendiendo a darle lo que quiere y a que vea que el errar o equivocarse no es tan malo ni tan catastrófico como cree.

El no romper la cadena resulta complicado. Pero lo es más aún, en el largo plazo, dejar para mañana aquello que nos resulta importante para reconfortar el espíritu, dejándonos envolver en las banalidades diarias que poco o nada aportan a nuestro crecimiento personal.

Lo curioso es que, cuando he dejado de luchar contra el “reptil” y comienzo a tomármelo con más calma, las ideas fluyen de manera espontánea y no me cuesta transcribir aquellos pensamientos relampagueantes que cruzan por mi cerebro. Me alegra y me satisface. El dejarse estar, como me decía alguien hace algún tiempo, tiene sus ventajas, pero es un arte que hay que cultivar y practicar con asiduidad…