Japón (V)

No es que no quiera poner más videos, pero ante la falta flagrante de tiempo, energía y sobre todo, acceso a Internet sin precios abusivos, además de un software decente de edición de video (lo siento por los fans de Windows, pero iMovie les da 1000 vueltas a los competidores), prefiero escribir y dejar el testimonio en película para cuando regresemos a casa.

El fin de semana estuvo interesante. El sábado fuimos al Mercado del Pescado de Tsukiji y luego al Museo Ghibli en Mitaka.

Para ir al mercado, hay que madrugar y mucho. Lo ideal es estar hacia las 5 AM allí para “coger sitio” en el salón de subastas del atún, que no está muy bien señalizado y al que llegamos un poco de casualidad. Claro que en esto tiene que ver el hecho de que el taxista que nos llevó desde el hotel (el metro todavía no está funcionando a esa hora) nos dejó en una puerta lateral y no en la entrada principal.

Una vez dentro, se pueden ver los atunes congelados siendo examinados por los expertos en la materia, quienes pujarán por ellos en cuanto empieza la subasta. Hay empleados que nos avisan que no se pueden tomar fotos con flash con carteles en varios idiomas y que deberíamos (nadie lo hace) salir a los 10 ó 15 minutos de haber entrado para dejar sitio a más gente. Al final, todos nos apretujamos en la estrecha zona de los visitantes, localizada justo en la mitad del sitio de las subastas.

El momento emocionante es cuando los “directores de la subasta” comienzan a tocar la campana para avisar que está a punto de comenzar la puja por los distintos lotes. Se suben a un pequeño taburete y comienzan a gritar de manera peculiar los distintos números y a anotar las pujas obtenidas. El proceso no dura más de 5 minutos. Hay evidencia en video para explicarlo mejor.

Luego de presenciar el proceso, sobre las 6:15 AM, termina el “espectáculo” y los pescados son sacados por sus propietarios en carretillas de madera. El paso siguiente es buscar un sitio para desayunar, dentro del mismo mercado. Encontramos uno donde había cola (casi todos tienen) y después de esperar casi media hora, pudimos entrar. El local era pequeño y nos tomaron la orden mientras esperábamos. Todo muy organizado. Entramos, nos sentamos, comimos, pagamos y fuera. Otros 10 comensales entraban. Producción en serie al más puro estilo japonés.

Luego de eso recorrimos los puestos alrededor del depósito central del mercado, donde hay implementos para el oficio, verduras, etc. Compramos un cuchillo japonés MUY afilado (Sol se hizo un corte profundo con sólo manipularlo un momento) a muy buen precio. Incluso nos dieron instrucciones para su cuidado y mantenimiento en una hoja impresa en inglés y japonés.

Luego volvimos al hotel para darnos una ducha y descansar un rato antes de seguir con la jornada y nuestro siguiente destino: El Museo Ghibli en Mitaka.

El museo es una especie de “Disney World”, guardadas las proporciones, creado alrededor de una figura muy importante en la animación japonesa: Hayao Miyazaki. Sobra decir que hay que haber visto al menos una de las películas para entender lo que ocurre aquí. Las entradas se compran por Internet con previa reserva (hay que hacerla un par de meses antes como mínimo) y se canjean en el museo.

Para llegar a Mitaka, se parte de la estación de Shinjuku y el recorrido dura unos 20 minutos. Una vez en la estación, hay que salir de la misma, girar a la derecha, bajar las escaleras, comprar los tiquetes bajo las mismas y esperar el autobus que nos llevará al museo en la parada número 9. No tiene pérdida porque el pequeño vehículo de color beige lleva motivos del museo y personajes de las películas en su exterior.

Al llegar, se canjean las entradas y nos darán unos pases para un corto de 20 minutos de duración (en japonés) que se puede ver durante la visita, a la hora y 15, 35 y 55 minutos. Es importante acercarse a la fila faltando unos 10 minutos para que comience la proyección, porque el aforo es limitado.

La visita no es larga, se puede hacer en un par de horas, incluyendo un rato para comer algo (lo que hicimos nosotros) y la película. Las salas incluyen bocetos, dibujos, animaciones, se nos muestra como se hace una película de esta naturaleza y hay incluso una reproducción del estudio de Miyazaki, que vive muy cerca del museo. No está permitido hacer fotos dentro de las instalaciones, pero sí en los jardines y exteriores de las mismas.

Al salir, el bus nos lleva nuevamente a la estación de tren para volver a Tokyo, pero decidimos comer algo más en las inmediaciones y nos topamos con una procesión llevada por niños, muy simpática.

En cuanto a la comida, entramos a un sitio donde se hace el pedido a través de una máquina. Tuvimos algunos problemas para entender cómo funcionaba, pero un empleado amable nos lo explicó e hicimos un pequeño tutorial en video que publicaré luego.

Para finalizar el día, nos dimos una vuelta por Shinjuku, curioseamos un poco por Kinokuniya y Takashimaya y volvimos rendidos al hotel.

El domingo nos lo tomamos con un poco más de calma. Salimos hacia el mediodía hacia el parque de Ueno, con el ánimo de visitar el Museo Nacional de Tokyo. Una experiencia altamente recomendable. Está abierto de 9 a 18:30. Es un lugar bonito, cuidado y las obras expuestas no están apretujadas. Al final, se nos invitó a diseñar un “kimono” de papel con distintos sellos de motivos expuestos en el museo. Divertido. Me gusta esta interactividad de los japoneses!

Luego recorrimos el parque y visitamos el mercadillo de Ameyoko, que está al lado de la estación del tren. Una experiencia comparable a pasear por los “polvos azules” de Lima o alguno de los “sanandresitos” en Bogotá. Comimos algo de fruta y una especie de waffle con huevo y verduras en la calle. Ambos muy sabrosos…

Al final, nos dimos una vuelta por Roppongi, vimos un poco de pasada el Roppongi Hills, que es impresionante pero no deja de ser un centro comercial de lujo como tantos otros, similar, a nuestro parecer, con la zona de Postdamer Platz en Berlin, y tratamos sin mucho éxito (era domingo) de encontrar un sitio agradable para tomar algo y bailar un poco. Había muchos occidentales y pocos japoneses.

Hubo dos anécdotas para terminar el día: la primera ocurrió cuando cenamos en un lugar de sushi 24 horas, donde presenciamos en vivo y en directo como un cliente pedía un plato, el cocinero sacaba el pescado vivo de un acuario, lo cortaba y lo servía en un plato, todavía moviéndose, aderezado con verduras y demás.

Y la segunda nos pasó cuando estábamos volviendo al hotel, porque perdimos el último metro y tuvimos que salir de la estación donde estábamos para tomar un taxi en la calle, algo que hicimos sin problemas y llegamos al hotel en 5 minutos. Toda una aventura!

Japón (IV)

Hoy tocó crónica offline, consecuencia de la manera de hacer negocios que impera en nuestros tiempos. Lo que acabo de decir es un eufemismo para ocultar mi mal humor y no escribir problemas como sinverguenceria, mentiras o engaños…
Vamos por partes. Ayer salimos un poco tarde del hotel, producto del cansancio acumulado y el jet lag. Nos fuimos a la zona de Mejiro a buscar un fabricante reconocido de Shakuhachis y Shinobues y, como se está volviendo costumbre, no encontramos la dirección hasta después de un buen rato, porque pasamos frente al negocio un par de veces y no lo vimos. Finalmente dimos con el y una muy amable señora nos atendio y asesoró en la compra de mi primer instrumento genuino japonés, uno más de mis sueños realizados! Para rematar, Sol decidió regalarmelo de cumpleaños, junto con varios accesorios. Una maravilla!
Luego de esto, nos dirigimos a Shibuya a comer algo, y como también se está volviendo costumbre, más ramen o Yoshinoya (una cadena de comida “rapida” muy popular por aqui). Luego a caminar por el barrio, viendo cosas estrafalarias, raras, divertidas, curiosas o simplemente novedosas. Estuvimos en la estatua de Hachiko, en el famoso cruce que sale en todas las peliculas, viendo como se llena de gente en unos segundos y luego volvimos a Shinjuku a dar la última vuelta antes de ir al hotel. Cenamos unos ricos yakitoris, tamago y para finalizar como mandan los cánones, un buen trago de whisky japones.
Esta mañana (viernes) nos acercamos al Tôcho Biru, el edificio del gobierno metropolitano de Tokyo, que estaba a pocas calles de donde nos alojabamos. Las torres son imponentes y tienen dos miradores: norte y sur, a los cuales subimos, pensando un pcoo que hoy justamente es 11 de septiembre… Sicosis? No, que va…
La vista es espectacular, y aunque el cielo estaba algo nublado, como es habitual en Tokyo, se podían divisar muchos de los rascacielos de la ciudad y contemplar como se pierde en el horizonte. Impresionante.
Al bajar de un mirador para subir el otro, un amable funcionario del gobierno nos preguntó que si queriamos participar en una muestra de artesania local, especificamente el arte japones de labrar la plata, y se nos permitio elaborar nosotros mismos un par de años de plata de ley 925 martillando a más no poder. Muy interesante y divertido, ademas de habernos quedado con los anillos como recuerdo!
Luego de eso, recogimos nuestras cosas y nos dirigimos a nuestra nueva “casa” para lo que queda de nuestra estancia en Tokyo antes de salir para Kyoto. El hotel está en el barrio de Akasaka, donde están las embajadas y oficinas del gobierno. Un poco mal situado porque hay que caminar unos 7 minutos desde que baja uno del metro hasta la puerta del hotel, cuando en el anterior en 30 segundos estabamos en la recepcion.
Aqui comenzaron las “decepciones”. Si bien es un hotel de 5 estrellas, en cuanto llegué un empleado que hablaba muy mal inglés (cosa un poco extraña en un hotel de esta categoria) me ofrecio un “upgrade” de 8000 yenes la noche (unos 60 euros) para mejorar la habitacion y darnos varios servicios añadidos, entre ellos el acceso a internet, cosa que me extraño aun mas porque en el hotel anterior, bastante mas modesto, era completamente gratis. Al decirle que no me interesaba, me ofrecio otra opcion de 3000 yenes la noche mas solo por tener acceso a internet ilimitado, cuando el precio diario es de 1575 yenes (unos 12-13 euros, bastante caro la verdad), oferta que tambien rechacé. Asi que, contrariados, subimos a la habitacion, que afortunadamente es bastante comoda y silenciosa, lo minimo esperable en un hotel como este.
Luego de esto, salimos hacia Nihonbashi al “museo de las cometas”, un pequeño lugar en el quinto piso de un edificio ubicado en una calle lateral, perteneciente al dueño del restaurante que está en la primera planta, muy aficionado a este hobby. El museo mas parece una coleccion de trastos viejos que un museo, pero vale la pena pagar los 200 yenes y darse una vuelta. En menos de 30 minutos está visto. El restaurante es mas bien caro, por lo que nuestros planes de comer ahi sufrieron una pequeña modificacion. Al final, como casi siempre, terminamos comiendo soba y udon en un sitio cercano.
De ahi salimos a Asakusa, en la linea Ginza del metro. Visitamos el templo, que por ahora está cerrado por obras, hicimos una ofrenda y sacamos nuestra “fortuna” de las alcancias que agitandolas, nos dejan ver que nos depara el futuro y como van a ser nuestros devenires a partir de ese momento. Los papelitos que nos dicen lo que pasará o está pasando, se amarran a unas largas varillas de metal y luego se queman cuando estas están llenas.
Nuestra siguiente parada fue la calle Kapabashi, lugar por excelencia de los utensilios de cocina y restauracion. Desafortunadamente, llegamos algo tarde y la mayoria de tiendas estaban cerradas. Sin embargo pudimos encontrar casi todo lo que estabamos buscando.
Ahora mismo son las 9:30 PM y ya estamos en la cama, porque mañana nos espera la madrugada mas salvaje para ir al mercado de pescado de Tsukiji, a unos 20 minutos en taxi desde aqui. Mas cosas cuando pueda conectarme y publicarlas!

(Esta nota fue originalmente escrita el 11 de septiembre de 2009)

Hoy tocó crónica offline, consecuencia de la manera de hacer negocios que impera en nuestros tiempos. Lo que acabo de decir es un eufemismo para ocultar mi mal humor y no escribir problemas como sinverguenceria, mentiras o engaños…

Vamos por partes. Ayer salimos un poco tarde del hotel, producto del cansancio acumulado y el jet lag. Nos fuimos a la zona de Mejiro a buscar un fabricante reconocido de Shakuhachis y Shinobues y, como se está volviendo costumbre, no encontramos la dirección hasta después de un buen rato, porque pasamos frente al negocio un par de veces y no lo vimos. Finalmente dimos con el y una muy amable señora nos atendio y asesoró en la compra de mi primer instrumento genuino japonés, uno más de mis sueños realizados! Para rematar, Sol decidió regalarmelo de cumpleaños, junto con varios accesorios. Una maravilla!

Luego de esto, nos dirigimos a Shibuya a comer algo, y como también se está volviendo costumbre, más ramen o Yoshinoya (una cadena de comida “rapida” muy popular por aqui). Luego a caminar por el barrio, viendo cosas estrafalarias, raras, divertidas, curiosas o simplemente novedosas. Estuvimos en la estatua de Hachiko, en el famoso cruce que sale en todas las peliculas, viendo como se llena de gente en unos segundos y luego volvimos a Shinjuku a dar la última vuelta antes de ir al hotel. Cenamos unos ricos yakitoris, tamago y para finalizar como mandan los cánones, un buen trago de whisky japones.

Esta mañana (viernes) nos acercamos al Tôcho Biru, el edificio del gobierno metropolitano de Tokyo, que estaba a pocas calles de donde nos alojabamos. Las torres son imponentes y tienen dos miradores: norte y sur, a los cuales subimos, pensando un pcoo que hoy justamente es 11 de septiembre… Sicosis? No, que va…

La vista es espectacular, y aunque el cielo estaba algo nublado, como es habitual en Tokyo, se podían divisar muchos de los rascacielos de la ciudad y contemplar como se pierde en el horizonte. Impresionante.

Al bajar de un mirador para subir el otro, un amable funcionario del gobierno nos preguntó que si queriamos participar en una muestra de artesania local, especificamente el arte japones de labrar la plata, y se nos permitio elaborar nosotros mismos un par de años de plata de ley 925 martillando a más no poder. Muy interesante y divertido, ademas de habernos quedado con los anillos como recuerdo!

Luego de eso, recogimos nuestras cosas y nos dirigimos a nuestra nueva “casa” para lo que queda de nuestra estancia en Tokyo antes de salir para Kyoto. El hotel está en el barrio de Akasaka, donde están las embajadas y oficinas del gobierno. Un poco mal situado porque hay que caminar unos 7 minutos desde que baja uno del metro hasta la puerta del hotel, cuando en el anterior en 30 segundos estabamos en la recepcion.

Aqui comenzaron las “decepciones”. Si bien es un hotel de 5 estrellas, en cuanto llegué un empleado que hablaba muy mal inglés (cosa un poco extraña en un hotel de esta categoria) me ofrecio un “upgrade” de 8000 yenes la noche (unos 60 euros) para mejorar la habitacion y darnos varios servicios añadidos, entre ellos el acceso a internet, cosa que me extraño aun mas porque en el hotel anterior, bastante mas modesto, era completamente gratis. Al decirle que no me interesaba, me ofrecio otra opcion de 3000 yenes la noche mas solo por tener acceso a internet ilimitado, cuando el precio diario es de 1575 yenes (unos 12-13 euros, bastante caro la verdad), oferta que tambien rechacé. Asi que, contrariados, subimos a la habitacion, que afortunadamente es bastante comoda y silenciosa, lo minimo esperable en un hotel como este.

Luego de esto, salimos hacia Nihonbashi al “museo de las cometas”, un pequeño lugar en el quinto piso de un edificio ubicado en una calle lateral, perteneciente al dueño del restaurante que está en la primera planta, muy aficionado a este hobby. El museo mas parece una coleccion de trastos viejos que un museo, pero vale la pena pagar los 200 yenes y darse una vuelta. En menos de 30 minutos está visto. El restaurante es mas bien caro, por lo que nuestros planes de comer ahi sufrieron una pequeña modificacion. Al final, como casi siempre, terminamos comiendo soba y udon en un sitio cercano.

De ahi fuimos a Asakusa, en la linea Ginza del metro. Visitamos el templo, que por ahora está cerrado por obras, hicimos una ofrenda y sacamos nuestra “fortuna” de las alcancias que agitandolas, nos dejan ver que nos depara el futuro y como van a ser nuestros devenires a partir de ese momento. Los papelitos que nos dicen lo que pasará o está pasando, se amarran a unas largas varillas de metal y luego se queman cuando estas están llenas.

Nuestra siguiente parada fue la calle Kapabashi, lugar por excelencia de los utensilios de cocina y restauracion. Desafortunadamente, llegamos algo tarde y la mayoria de tiendas estaban cerradas. Sin embargo pudimos encontrar casi todo lo que estabamos buscando.

Ahora mismo son las 9:30 PM y ya estamos en la cama, porque mañana nos espera la madrugada mas salvaje para ir al mercado de pescado de Tsukiji, a unos 20 minutos en taxi desde aqui. Mas cosas cuando pueda conectarme y publicarlas!

Japón (I)

Hace un tiempo escribí que iba(mos) a emprender un proyecto emocionante, y que en pocas palabras, es la realización de un sueño. Pues bien, helo aquí. Nos vamos dentro de unas horas a Japón por dos semanas. Un viaje largamente ambicionado y acariciado por fin se convierte en realidad. Y como no podía ser de otra manera, mi objetivo es hacer una crónica en vídeo y fotos de la aventura, que trataré de actualizar a diario o cada dos días, dependiendo de las circunstancias (acceso a Internet y nivel de cansancio más que nada).

Para comenzar, una pequeña introducción, resultado de unas cuantas pruebas para ver qué método de grabación de video funcionaba mejor. Disfruten!

Mirando hacia otro lado

Hace poco volví de un viaje que hice a Perú, para acompañar a Sol a conocer ciertos lugares de esos que hay que ver antes de morir, según dicen algunos. La experiencia fue muy interesante, pero más por el hecho de lo que pude ver y experimentar en la parte “no turística” que por haber visitado esos sitios. De hecho, la visita me dejó un cierto regusto desagradable en la boca y en el corazón. Pero vayamos por partes…

Visitamos Cusco, Machu Picchu, Arequipa y el Valle del Colca, por no citar todos y cada uno de los lugares a los que fuimos. Si bien es cierto que todos ellos no carecen de encanto y misterio, todo esto queda opacado por lo que se me ocurre llamar “prostitución del turismo”, y no me refiero a eso que algunos o algunas están pensando, sino más bien a la avidez desmedida que caracteriza a la gente de estos lugares, especialmente Cusco y Machu Picchu, como si quisieran aprovechar hasta el último centavo de los que, atraidos por la leyenda y la historia, dirigen sus pasos hacia allí. Lo malo es que se ha conseguido todo lo contrario. No hay ningún sentimiento de conexión con el cosmos o de “recarga de energía”. Lo único que se percibe es una ambición descontrolada, un ansia de ganar dinero desorbitada, aprovechando el afán universal, tan de moda últimamente, de reconectar con nuestras raíces. Lo peor es que todo este caudal de recursos no revierte en quienes allí viven, ya que los contrastes entre quienes tienen y los que no son cada vez más evidentes y abismales.

Ya no hay nada genuino en este lugar. Todo está en función del turista, incluso se le hace sentir en casa cobrando precios que la gente del país no podría permitirse. Nivel europeo o de los Estados Unidos en una nación donde el índice de pobreza a nivel rural (es decir, casi todo el país) ronda el 70%, cosa paradójica en un estado cuyo crecimiento económico de los últimos años no baja del 8%. Pero sin irnos por las ramas, el que vaya esperando encontrar una experiencia mística y auténtica, debe alejarse de los centros turísticos. La experiencia en Arequipa se acerca más a lo que debería ser, pero se deteriora rápidamente, por los mismos vicios que menciono en Cusco.

Esto no quiere decir que no hay personas honradas que realmente quieren hacer sentir bien al turista y esperan que vuelva a conocer lo que su tierra tiene para ofrecer, mostrando el orgullo que sienten por ella, pero lamentablemente son cada vez menos.

El verdadero viaje comenzó cuando nos fuimos a lo que alguien que conocí allí dio en llamar el “Perú Profundo”. Ese que no sale en los mapas de los sitios que no hay que perderse y donde encontrar un extranjero o turista es todavía una curiosidad. Aquellos lugares que solo aparecen cuando el gobierno publica los indicadores de pobreza y donde supuestamente hace falta más esfuerzo, pero los recursos no acaban nunca de llegar. Fue aquí que vi cosas que no esperaba y recordé que el mundo no es la limpieza y supuesta pulcritud a la que estamos tan acostumbrados, como si fuera lo más normal. No, este es el mundo de más de la mitad de los habitantes de este planeta, donde la gente muchas veces no tiene electricidad ni agua corriente, en el que las distancias que se nos antojan cortas en este universo paralelo de autopistas y asfalto, se hacen eternas, y donde los caminos discurren aferrándose a las montañas por lugares imposibles, llenos de piedras y polvo, o de lechos de barro infranqueables en la estación lluviosa.

Impresiona ver la vivacidad de los ojos de los niños y niñas, muchas veces mal nutridos, que se va apagando a medida que crecen, siendo sustituida por una tristeza entremezclada con la malicia necesaria para sobrevivir en estas condiciones tan complicadas. A pesar de todo, hay gran cantidad de sonrisas, bromas y esperanzas, basadas en cosas simples, como un balón, un rato de televisión o simplemente una carrera que dejaría sin aliento a cualquiera por llevarse a cabo a más de 3.000 metros de altura.

Pasar en silencio en frente del único “videoclub” del pueblo, y viendo como durante dos o más horas, hay grupos de todas las edades, viendo absortos una película de pie, en medio de la calle, en una pequeña pantalla y escuchando sus risas cuando le toca el turno a una comedia. Me recordó a esos majaderos y majaderas que no respetan un cine o que dejan todo hecho un asco sabiendo que hay gente que limpia. Me pareció estar viviendo en otro planeta…

Pero lo mejor de todo es el cielo. Un firmamento límpido, sin nubes, con una luna llena tan brillante que muchas veces no había necesidad de encender una luz para leer dentro de la habitación. Astros flotando en el gélido cielo andino, contemplando plácidamente a los que abajo siguen viviendo en comunión con la naturaleza, sin dejarse contaminar por los placeres efímeros del progreso.

Y la gente. No sólo los habitantes del pueblo, sino quienes están allí trabajando por la comunidad. Hombres y mujeres valientes y entregados, que sin hacer caso a la escasez de recursos o la lejanía de familiares y amigos, todos los días emprenden sus tareas con alegría y un genuino deseo de ayudar a que quienes les rodean vivan mejor, respetando sus costumbres e integrando el conocimiento y la ciencia actuales a las formas ancestrales, para conseguir lo mejor de los dos mundos.

Este fue el verdadero viaje: el poder ver que la mayoría del tiempo nos quejamos por lo que decimos no tener, sin recordar que hay muchos otros que viven sin casi nada, pero a la vez, sin desear más allá de lo que pueda satisfacer sus necesidades básicas o mejorar un punto su calidad de vida. Un pensamiento recurrente me acompañó durante esos días: volveremos alguna vez a la frugalidad después de comprobar que la tristemente sociedad del consumo está abocada a su propia destrucción? La respuesta no es fácil de determinar…

Providencia

Ya sé, ya sé. Había dicho que el viernes pasado iba a escribir sobre este viaje, pero entre una cosa y otra, no pude. Pero bueno, más vale tarde que nunca, así que aquí está:

Como ya saben algunos de los que me conocen, hace poco estuve en una pequeña isla perteneciente al archipiélago de San Andrés, en el caribe colombiano, llamada Providencia. Dicho archipiélago lo conforman tres islas principales: San Andrés, la citada Providencia y Santa Catalina, esta última se encuentra unida a Providencia mediante un bonito puente flotante.

El acceso a Providencia se puede hacer por vía marítima (unas 6 horas) o en avión (25 minutos), desde el aeropuerto de San Andrés, al que se llega después de 2 horas de vuelo desde Bogotá. Hay dos compañías que operan regularmente en el aeropuerto El Embrujo de la isla: Searca y Satena, con uno o dos vuelos diarios.

Little Plane to paradise

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Callejeando por Bogotá (I)

Tal como prometí, hoy comienzo a contar algunas de las aventuras vividas en mi último viaje a Bogotá. Esto no pretende ser una guía turística ni mucho menos, sino más bien una recopilación de las experiencias y sensaciones vividas durante los días que pasé allí en mayo. Si bien es cierto que es mi ciudad, el hecho de estar viviendo en otro país hace ya unos cuantos años, ha hecho que aprenda a ver lo que antes era cotidiano con otros ojos, tal vez un poco más abiertos al detalle y dejándome sorprender por todo lo que veo y escucho, sin ignorarlo como solemos hacer con aquello que nos resulta conocido.

Lo primero que se me viene a la cabeza es que la ciudad ha cambiado enormemente en los últimos 5 años. Hay muchas vías nuevas, y puedo decir, aún a riesgo de desatar la ira de unos pocos, que se ha “humanizado” en gran medida, a pesar de las medidas en contra de esta tendencia del último alcalde, con más espacios peatonales, muchas zonas verdes, parques y bulevares para pasear y disfrutar a otro ritmo. Otra cosa interesante que noté fue el cambio de actitud de la gente. En mis anteriores viajes, las caras estaban fruncidas y el gesto era de agresividad total. Ahora la gente se ha relajado y me atrevería a decir que son un poco más felices. Esto no significa que los problemas de fondo hayan desaparecido, pero la sensación general es que “hay país” y que ya no se va más a la deriva. La gente sigue “buscándose la vida” como pueden, y cada vez son o más creativos o más arriesgados (y no me refiero a aquello que algunos malpensados tendrán en la cabeza…), sino a lo que pueden ver en el siguiente video

https://www.youtube.com/watch?v=Uymiry-d9Dw

Por otra parte, el clima también ha cambiado. Atrás quedaron los tiempos en que el nombre de la ciudad era sinónimo de frío, lluvia y niebla, al mejor estilo del Londres de principios del siglo XX. Incluso los habitantes de la costa norte colombiana la llamaban “La Nevera”, con justa razón. Las temperaturas siguen oscilando entre lo muy frio (0 y -2 grados) en la madrugada y ahora hasta algunos calores “extremos” en la temporada seca (de noviembre a abril), que rondan los 23 grados al medio día. Para los que esto les parezca normal, permítanme recordarles que Bogotá se encuentra a 2.600 metros sobre el nivel del mar, o más cerca de las estrellas, como reza el lema turístico de la ciudad.

Hablando de turismo, me sorprendió gratamente ver que la capital se ha convertido en un destino turístico importante para los países caribeños y de Centro América, cosa impensable hace unos años, en medio de la tempestad causada por el narcotráfico y el conflicto armado. Es fácil encontrarse por la calle con dominicanos (como me ocurrió), peruanos, venezolanos (aunque esto merece otra nota aparte), y costarricences, que hablan maravillas del país y en especial de Bogotá.

Para propios y extraños, la oferta de compras (hay un montón de centros comerciales nuevos, incluso dos y tres en el radio de unas pocas calles a la redonda…), cultural y de ocio (visiten la Zona G, la Zona T o los bares de la Avenida 19) ha crecido y mejorado en calidad de manera espectacular. Un sitio que me llamó particularmente la atención fue un bar llamado Full 80s, al norte de la ciudad, donde todo gira en torno a esa década dorada. Me emocioné al ver y escuchar los créditos de apertura de más de una de mis series favoritas que caracterizaron la niñez y adolescencia de nuestra “querida” generación de la guayaba. Un sitio agradable para compartir con amigos y tomarse una cerveza o algo más.

Para los que se aventuren por el centro, no dejen de visitar La Candelaria, otro lugar que ha sido recuperado para el deleite tanto de los rolos de pura cepa como de los visitantes, y busquen al “mejor guía 5 estrellas de Bogotá” en la Plaza de Bolívar, para que les cuente de primera mano la historia de este emblemático lugar.

Algunos consejos para viajar más ligeros

The big airport

Aquellos de ustedes que viajan regularmente por negocios o placer, sabrán lo que es enfrentarse a la rutina de hacer (y deshacer) la maleta cuando tienen que estar fuera de casa por uno o más días. Pero, dentro de lo incómodo (cuando se hace más veces de las que queremos, normalmente por trabajo) o lo excitante (cuando se viaja por placer) que pueda llegar a ser, a veces se nos “va la mano” y nos llenamos de cosas innecesarias que terminamos cargando con nosotros sin usarlas o peor aún, dándonos cuenta que las teníamos cuando volvemos a casa.

En definitiva, no hay nada mejor que viajar lo más liviano posible, para poder concentrarse en los atractivos de nuestro destino y no preocuparnos tanto por lo que tenemos o no. Leo Babauta, creador del sitio Zen Habits, propone 36 consejos para conseguir este objetivo. Algunos son bastante evidentes, como el uso de ropa de fibras especiales para que podamos lavarla en la noche y al otro día esté seca y lista para usar, o el usar una mochila para tener las manos libres al pasear (aunque siempre es bueno tener precaución con este tipo de bolsos, porque es fácil que alguien los abra estando detrás nuestro sin que nos demos cuenta). Hay algunas ideas novedosas como la de cambiar o donar el libro que llevemos para leer cuando lo terminemos…

Mi consejo personal es que solamente lleven con ustedes lo que van a usar y si necesitan algo, es bastante probable que puedan comprarlo donde vayan sin muchos problemas. Me he sorprendido al darme cuenta de lo poco que llevo ahora conmigo en un viaje! Ante todo, la idea es disfrutar y descansar, no llegar a casa necesitando otras vacaciones para recuperarse de las que acaban de tomar!

La mediocridad al extremo

Hoy me he encontrado con esta nota en el diario El Mundo que me dejó anonadado. Resulta que un canal de televisión de Madrid ha descubierto una vía para evitar todos los controles policiales y de aduanas del Aeropuerto de Barajas, que permite a personas que llegan a la T4S, especialmente latinoamericanos, entrar a territorio español sin ser apenas molestados. Lo único que les separa de la ansiada “tierra prometida” es una puerta corriente que no cuenta con ningún tipo de protección ni seguros, y que según se ve, ha sido forzada varias veces por razones obvias. Una vez dentro, es cuestión de coger un ascensor y salir tranquilamente a la zona de los taxis. Lo “mejor” es que todo el proceso está perfectamente explicado en una hoja que se vende (presumiblemente a precio de oro) en países como Colombia, Perú, Ecuador…

Tanta tecnología, tantos controles, tantos perros, tantos millones de euros invertidos y tantos policías por todas partes no han podido evitar la malicia indígena de unos pocos. Me pregunto: cuantos indeseables (sicarios, traficantes, etc.) habrán podido aprovechar este “ligero descuido” hasta hoy? A cuantos habrán amenazado / extorsionado / chantajeado para obtener el dichoso papel? Mejor ni pensarlo. Pero no importa “España va bien”…

Actualización: Parece que ya se han tomado algunas medidas al respecto.