Espejos

Muchas veces escuchamos que aquello que nos disgusta más de los demás es lo que más odiamos o tememos de nosotros mismos. Lo que ocurre es que normalmente no prestamos atención a esta afirmación y vamos por la vida pensando que el mundo está en nuestra contra y que se empeña en “restregarnos” en la cara esos defectos o comportamientos que nos parecen fuera de lugar.

Sin embargo, al observar con un poco más de atención, nos damos cuenta que en efecto, la afirmación es totalmente cierta. Y que mucho de lo que nos disgusta o molesta es una o varias conductas que repetimos sin cesar, muchas veces de manera “natural”, sin casi darnos cuenta. Si alguien critica y nos molesta su actitud, invariablemente es porque también criticamos y juzgamos a los demás continuamente. Tal vez el vernos reflejados claramente en otras personas nos muestra lo profundamente desagradables que lucimos ante los ojos del mundo al actuar de determinada manera, y claro, esto no le gusta a nadie en una sociedad donde la apariencia y la mentira son lo que vale y constituyen la escala por la que se nos valora y ubica en el mundo.

Esta semana he tenido varias experiencias de este tipo y me he percatado, con cierto alivio, que ya no me incomodan tanto, porque de alguna manera, he aprendido a identificar ciertos patrones y estoy en el proceso de deshacerme de ellos, sin juzgar, acelerar, pelear o condenar, ni a mi mismo ni a quienes veo inmersos/as en esa situación o situaciones. Simplemente me dedico a observar y a darme cuenta en silencio. Es un buen primer paso.