An Elegant Lady eating Ossobucco

En estas últimas semanas la vida se ha encargado, no sé si amable o despiadadamente, de recordarme que ocuparse de lo realmente importante es lo único necesario para continuar transitando por este plano de una manera tranquila. Y no me refiero a asumir una actitud seria y de pesadrumbre ante lo que pasa, olvidando todo lo demás. Por el contrario, el darse cuenta (una vez más) de todas las distracciones que buscamos activamente para evitar ocuparnos de lo que ES, ayuda mucho a volver a recuperar el centro cada vez con menos esfuerzo para evitar el fatalismo con que solemos asumir todo aquello que nos aleja del supuesto “bienestar” o “placer” que tanto anhelamos.

Esta experiencia es lo que es, y si finalmente aprendemos a verla tal cual, el supuestamente inevitable sufrimiento se evaporará como el rocío matinal cuando comienza a brillar el sol: de manera grácil y sin apenas esfuerzo.

Si seguimos prestando atención a aquello que nos distrae de ver la realidad que tenemos frente a nosotros, o a todos los filtros que nos empeñamos en usar para edulcorar la experiencia real de existir, la cadena de desventuras que nos espera es infinita y variada.

Eso si, nadie puede hacerlo por nosotros. Qué se necesita? Paciencia y persistencia, o como dijo el Maestro, una seriedad y compromiso sin límites…

J’aime l’ennui

En estos días estaba recordando algunos momentos que tengo claramente registrados en mi memoria. Instantes de libertad irrestricta que no tienen nada que ver con los conceptos viciados que tomamos como ciertos hoy en día. Vamos allá.

Cuando estaba terminando mis estudios de secundaria, el ritual de todos los días después de terminar las clases era esperar a que nos fueran a buscar a mi hermana menor y a mi, para ir a casa. A veces iba mi mamá, a veces alguien más. Como dependiamos del tráfico y nuestro colegio quedaba en una zona en ese entonces fuera de la ciudad, muchos dias teníamos que ver cómo todos los demás abandonaban apresuradamente el recinto en los buses escolares y el colegio quedaba desierto, silenciándose poco a poco.

Durante este tiempo a veces charlábamos con quienes quedaban por ahí (no éramos los únicos a quienes iban a buscar), revisábamos las tareas que teníamos que hacer o simplemente, y esta es la parte que recuerdo más vívidamente, nos tendíamos en el jardín a ver pasar las nubes. Una de las caracteristicas del lugar donde vivo es que en esa época los cielos eran muy azules la mayor parte del año (cuando no estaba lloviendo). Así que sin más, en solitario o en compañia, sin tener ninguna prisa o pensando en lo que tuviéramos que hacer después, veíamos como las nubes y el viento creaban un improvisado teatro diferente cada vez. Una forma de relajación de lo más sencilla que de alguna manera nos permitía olvidarnos de las clases y los estudios y concentrarnos en ese preciso instante y nada más.

Volviendo al presente,  el simple hecho de “no ser productivos” y tener controlado cada segundo del día, sabiendo perfectamente qué vamos a hacer luego, en una secuencia totalmente plana y sin sobresaltos, es ahora la norma más que la excepción. Ya no hay ningún resquicio por donde se pueda colar el aburrimiento o el “no hacer nada”, ese estado tan temido que combatimos febrilmente con nuestros celulares (porque ahora ya casi nadie lee), como si fuera el mismo demonio.

Hemos olvidado por completo el saber estar sin tecnología o distracciones, durante mucho o poco tiempo. El ver pasar la vida tal como ocurre es algo que evitamos a toda costa, como si el no tener nada en que ocuparnos, independientemente de su supuesta utilidad, fuera el mayor de los anatemas, siendo que hace un poco más de 14 años, era una práctica sana y habitual.

En fin. En lo que a mi respecta, vuelvo una y otra vez a los libros, a la música, al silencio y sobre todo, como sabiamente dicen los italianos, al “dolce far Niente” cada vez que puedo. Acompáñenme! Seguro que lo disfrutan…

Montañas Rusas

Por estos días han venido ocurriendo cosas bastante particulares, tanto a nivel personal como en el mundo alrededor. Es curioso, porque así nos empeñemos en correr a más no poder para huir de la realidad, como decía mi papá: “la naturaleza siempre gana”, y pasa lo inevitable, que es que todas las mentiras y razones que hemos inventado para justificar nuestro comportamiento, casi siempre cuestionable y hasta abominable (por la falta de coherencia), se vienen abajo como un castillo de naipes.

Esa inercia tóxica e insidiosa que nos han vendido como “lo que debe ser” para repetir comportamientos que rayan en lo absurdo cuando son analizados detenidamente (otra actividad altamente peligrosa en los tiempos que corren), nos ha convertido en personas débiles, miedosas, sin autonomía personal ni valentía y lo que es más triste y preocupante, incapaces de revisar cuidadosamente todas y cada una de las acciones que caracterizan nuestra adormecida existencia, para saber si en realidad son beneficiosas / necesarias / lógicas o simplemente son el resultado de un concienzudo condicionamiento que no sabemos muy bien de donde viene ni a qué intereses sirve.

Por qué estoy diciendo todo esto? Porque el tiempo sigue su marcha inexorable y cada momento que pasa invertido en el engaño y sosteniendo la idea de que “todo estará bien si miramos para otro lado” así la evidencia irrefutable nos muestre de manera cruda que el mundo tal como lo conocíamos (bajo la óptica de la obediencia y la ignorancia) ha dejado de existir hace mucho tiempo, es un instante menos con el que contamos para salir definitivamente del sueño infantil que nos han vendido como la vida contemporánea, que se ha convertido en (tomando prestado el título de un documental que seguramente casi nadie habrá visto porque habla de hechos incómodos) un simple “Comprar, tirar, comprar”…

Me entra la risa nerviosa al escuchar a ciertas empresas decir que se necesitan más y más expertos en tecnología, cuando quienes realizan las labores básicas que permiten que lo esencial siga funcionando (campesinos, agricultores, transportistas, pilotos de aviones y barcos, operarios de los servicios públicos, etc.) son menospreciados, mal pagados y peor tratados. De qué vamos a vivir? De comer bits y beber bytes?

La vida no puede ni debe convertirse en una contínua supervivencia sin las mínimas garantías de éxito, bajando la cabeza y renunciando a nuestra libertad personal por un puñado de dólares (o pesos, yenes, soles…), seguir creyéndonos la falacia del status y que el éxito corresponde a la cantidad de trabajo y la cifra que contemplamos satisfechos en la cuenta bancaria, llenándonos de objetos materiales (en la mayoría de los casos recurriendo a la deuda en condiciones leoninas) que atienden a conceptos básicos como el garrote y la zahanoria (el premio y el castigo) para que sigamos ignorando lo que ocurre, y que al final se convierten en un lastre en muchos casos insalvable para cuando decidamos romper el lazo invisible que nos mantiene inmóviles e impotentes.

Ya no se trata de ideologías o pensamientos afines o contrarios. Estamos hablando de una campaña de acoso y derribo en toda regla al sentido común, de percibir a ojos vista como el entorno ya no da más de si y que no aguanta ni un abuso más, de una intolerancia hacia la sensatez que amenaza las más básicas libertades y derechos.

No es cuestión de entrar en pánico y dejarse dominar por el miedo, que bien sabemos, es el peor de los consejeros y el que hace que cometamos errores funestos y en muchos casos irreversibles. Hay que comenzar ya a evaluar las opciones disponibles, obrando en consecuencia ante lo que está pasando y de finalmente tomar el control que cedimos sin darnos cuenta hace ya tanto tiempo, creyendo erróneamente que era en nuestro mejor interés. De lo contrario, debemos atenernos a las consecuencias y pagar un precio que tal vez no seamos capaces de asumir.

Tal vez suene lapidario, sin embargo, como decimos en mi tierra: “La verdad duele pero no ofende”. Dicho queda. Ahora, a ponerse manos a la obra, sea cual sea el camino que elijamos, siempre teniendo en cuenta las consecuencias de las consecuencias de nuestras acciones y dejando la emocionalidad y los viejos patrones lo más lejos posible. Por supuesto que produce vértigo, pero también una olvidada y reconfortante sensación de posibilidad y autonomía.

Y una cosa más: No olvides disolver tu personalidad…

El fino arte de no hacer nada

El otro día alguien me preguntaba a que me dedicaría si me tomara un sabático. La respuesta automática fue “me entregaría por completo al fino arte de no hacer absolutamente nada”. Y tal vez la respuesta tiene mucho que ver con un hastío mayúsculo hacia la ingente cantidad de compromisos, distracciones, decisiones, obligaciones, apariencias y “mantenimiento de imágenes” a las que estamos sometidos todos y cada uno de nosotros durante el transcurso de la vida.

La lógica podría indicar que a medida que pasa el tiempo deberíamos volvernos más selectivos sobre cómo lo usamos, pero en su lugar hay una especie de vórtice invisible que, en lugar de alejarnos de toda esa vorágine de falsas ocupaciones (viajes, compras, reuniones, etc.), nos arrastra más y más hacia ellas, porque “es lo que hay que hacer / decir / pensar / mostrar”, sin darnos tiempo a cuestionar si es lo que queremos en realidad o si nos ponemos a ello con alguna falsa excusa (los hijos / la familia / los amigos / la inercia / el miedo / el aburrimiento…)

Y no se engañen, el no hacer nada no es tan fácil como parece. Requiere de tiempo y dedicación exclusiva para no ceder a los cantos de sirena de un futuro mejor que siempre está a una compra / viaje / fiesta / comida / evento de distancia. Debo confesar que me considero un neófito en el tema, sin embargo, creo que con algo de voluntad y dedicación, supongo que podré desarrollar la habilidad necesaria para volverme competente en este “oficio”…

 

Una pequeña oda a la quietud

Me encontré con este poema por accidente en Reddit y creo que vale la pena compartirlo, especialmente en estos tiempos de búsqueda frenética de ocupaciones y oficios sin fin, siguiendo un poco la estela de Byung-Chul Han, que explica en su maravilloso libro “La Sociedad del Cansancio”, que el disponer de todas las opciones disponibles no siempre es positivo, sino que puede causar un desasosiego e intranquilidad permanentes. Juzguen ustedes:

‘Perhaps I could listen to podcasts,’ he spoke –
‘Or go to the gym with the fittest of folk.
Perhaps I could run, or perhaps I could hike –
Perhaps I could ride on a second-hand bike.

‘Perhaps I could wander and gaze at the stars –
In search of the Moon or for Saturn and Mars.
Perhaps I could pick up my pencil and write –
Or practice my singing,’ he sang with delight.

‘Perhaps I could stumble on something to do –
Adopting a whimsical hobby or two –
A striking distraction to fill up my head!
It’s just…

well it’s just…

… I don’t want to,’ he said.


La sabiduría del Doctor Letamendi

El doctor José de Letamendi y Manjarrés (1828-1897) fue un médico español que cultivó muchas áreas que podrían verse como dispares, además de su práctica médica. Nos dejó estos versos que no está de más recordar a diario, ya que nos traen de regreso a la vida, en este mundo caótico y materialista en el que vivimos:

Vida honesta y ordenada,
usar de pocos remedios
y poner todos los medios
de no apurarse por nada.

La comida, paseada,
ejercicio y diversión,
beber con moderación,
salir al campo algún rato,
poco encierro, mucho trato
y continua ocupación.

Summoning the Recluse

Cuando ví este corto hace unas semanas, me impactó tanto que pensé en compartirlo de inmediato, sin embargo, por temas de derechos de autor, no estaba disponible para ello. Afortunadamente, ahora lo podemos ver y reflexionar sobre si esta vida frenética y “exitosa”, llena de obligaciones y compromisos es realmente saludable o recomendable.

Más de una vez he tenido la idea de hacer algo así, dejando atrás las apariencias y tonterías que caracterizan la vida “contemporanea”. Cada vez más, lo sencillo cobra más relevancia y al menos a mí, me hace ver lo vacía que es nuestra existencia actual. Pasen, vean y saquen sus propias conclusiones…